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NUNCA MAIS, NO A LA GUERRA, INTELECTUALES ANTIIMPERIALISTAS, ... Manuel Rivas, Pedro Guerra y Luis Pastor escribirán una serie en TVE sobre la "represión franquista"

NUNCA MAIS, NO A LA GUERRA, INTELECTUALES ANTIIMPERIALISTAS, ... Manuel Rivas, Pedro Guerra y Luis Pastor escribirán una serie en TVE sobre la "represión franquista"

Carmen Caffarel ya tiene guionistas y presentadores. Julio Llamazares, escritor, Juan Madrid, miembro de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, Luis Pastor, cantautor cuyo último trabajo se titula "Pásalo", Manuel Rivas, portavoz de la plataforma "Nunca Mais" y miembro de "Cultura contra la Guerra", y Pedro Guerra, cantautor y miembro de "No a la Guerra".

Carmen Caffarel, directora general de RTVE, anunció durante su comparecencia en el Congreso que está trabajando en una serie sobre ciertos episodios de la Guerra Civil. La serie, que será presentado en cinco episodios, tendrá como título "Memoria recobrada" y tendrá como guionistas y presentadores a Julio Llamazares (escritor leonés), Juan Madrid (historiador y escritor de novela negra, además de miembro de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas), Manuel Rivas (escritor gallego que adquirió relevancia tras el hundimiento del Prestige como portavoz de la plataforma Nunca Mais), Luis Pastor (cantautor cuyo último trabajo se titula Pásalo) y Pedro Guerra (cantautor canario, miembro también del colectivo No a la Guerra).

Si finalmente el proyecto sigue adelante "tal y como es deseo de TVE", será una coproducción con la productora Argonauta, de Alfonso Domingo. Según informó Europa Press, los cinco capítulos abordarán sucesivamente los guerrilleros antifranquistas (los maquis), la huida de la población civil de Málaga, casos de la guerra y la posguerra en Galicia, la posguerra en Extremadura, así como en Canarias. Caffarel justificó esta iniciativa porque se "configura una apuesta decidida por evitar que se borre una memoria colectiva que deben conocer las nuevas generaciones".

Carmen Caffarel mostró su desacuerdo a varios aspectos de la serie "Memoria de España" tras una pregunta de la diputada de Izquierda Verde (IU-ICV) Isaura Navarro. La directora general de RTVE admitió haber recibido numerosas muestras de desaprobación en esta dirección y aseguró comprender "personalmente su desacuerdo", pero matizó que cuando llegó el proyecto "estaba en marcha" y contaba con un equipo asesor de cuatro historiadores "de prestigio" junto con su coordinador, Fernando García Cortázar. Consideró que en "Memoria de España"' hay una visión "claramente favorable" a la democracia y a los valores constitucionales y se mostró partidaria de "mantener y proteger la memoria histórica, la conciencia de nuestra experiencia colectiva".

Justifica la baja audiencia de la cadena

En respuesta a una pregunta sobre la caída de la audiencia de TVE, realizada por la diputada del PP Macarena Montesinos, Caffarel afirmó que se ha llegado a esta situación por la "agresividad" de la oferta de otras cadenas comerciales; factores internos como el estreno de programas fallidos –como por ejemplo "La azotea de Wyoming" que sólo duró algunas emisiones por su fracaso en el share–o errores de programación debido a la transición en la dirección de TVE.

Pese a los datos que sitúan a varios programas de TVE con una audiencia muy por debajo de la esperada, Caffarel calificó la situación de TVE frente a las cadenas comerciales como de "empate técnico". Además, anunció que se ha establecido como objetivo posicionar a TVE 1 como cadena familiar y mejorar los resultados de La 2.

NUNCA MAIS, NO A LA GUERRA, INTELECTUALES ANTIIMPERIALISTAS, ... Manuel Rivas, Pedro Guerra y Luis Pastor escribirán una serie en TVE sobre la "represión franquista"

NUNCA MAIS, NO A LA GUERRA, INTELECTUALES ANTIIMPERIALISTAS, ... Manuel Rivas, Pedro Guerra y Luis Pastor escribirán una serie en TVE sobre la "represión franquista"

Carmen Caffarel ya tiene guionistas y presentadores. Julio Llamazares, escritor, Juan Madrid, miembro de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas, Luis Pastor, cantautor cuyo último trabajo se titula "Pásalo", Manuel Rivas, portavoz de la plataforma "Nunca Mais" y miembro de "Cultura contra la Guerra", y Pedro Guerra, cantautor y miembro de "No a la Guerra".

Carmen Caffarel, directora general de RTVE, anunció durante su comparecencia en el Congreso que está trabajando en una serie sobre ciertos episodios de la Guerra Civil. La serie, que será presentado en cinco episodios, tendrá como título "Memoria recobrada" y tendrá como guionistas y presentadores a Julio Llamazares (escritor leonés), Juan Madrid (historiador y escritor de novela negra, además de miembro de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas), Manuel Rivas (escritor gallego que adquirió relevancia tras el hundimiento del Prestige como portavoz de la plataforma Nunca Mais), Luis Pastor (cantautor cuyo último trabajo se titula Pásalo) y Pedro Guerra (cantautor canario, miembro también del colectivo No a la Guerra).

Si finalmente el proyecto sigue adelante "tal y como es deseo de TVE", será una coproducción con la productora Argonauta, de Alfonso Domingo. Según informó Europa Press, los cinco capítulos abordarán sucesivamente los guerrilleros antifranquistas (los maquis), la huida de la población civil de Málaga, casos de la guerra y la posguerra en Galicia, la posguerra en Extremadura, así como en Canarias. Caffarel justificó esta iniciativa porque se "configura una apuesta decidida por evitar que se borre una memoria colectiva que deben conocer las nuevas generaciones".

Carmen Caffarel mostró su desacuerdo a varios aspectos de la serie "Memoria de España" tras una pregunta de la diputada de Izquierda Verde (IU-ICV) Isaura Navarro. La directora general de RTVE admitió haber recibido numerosas muestras de desaprobación en esta dirección y aseguró comprender "personalmente su desacuerdo", pero matizó que cuando llegó el proyecto "estaba en marcha" y contaba con un equipo asesor de cuatro historiadores "de prestigio" junto con su coordinador, Fernando García Cortázar. Consideró que en "Memoria de España"' hay una visión "claramente favorable" a la democracia y a los valores constitucionales y se mostró partidaria de "mantener y proteger la memoria histórica, la conciencia de nuestra experiencia colectiva".

Justifica la baja audiencia de la cadena

En respuesta a una pregunta sobre la caída de la audiencia de TVE, realizada por la diputada del PP Macarena Montesinos, Caffarel afirmó que se ha llegado a esta situación por la "agresividad" de la oferta de otras cadenas comerciales; factores internos como el estreno de programas fallidos –como por ejemplo "La azotea de Wyoming" que sólo duró algunas emisiones por su fracaso en el share–o errores de programación debido a la transición en la dirección de TVE.

Pese a los datos que sitúan a varios programas de TVE con una audiencia muy por debajo de la esperada, Caffarel calificó la situación de TVE frente a las cadenas comerciales como de "empate técnico". Además, anunció que se ha establecido como objetivo posicionar a TVE 1 como cadena familiar y mejorar los resultados de La 2.

¿Influyó la masonería en la pérdida de Cuba?

¿Influyó la masonería en la pérdida de Cuba? Por César Vidal

El papel de la masonería fue, ciertamente, extraordinario en el proceso de emancipación de Hispanoamérica, que concluyó con la práctica aniquilación del imperio español a inicios del siglo XIX. Sin embargo, tanto su intervención en ese episodio como, posteriormente, en la guerra de 1898 se ha cuestionado. En realidad, ¿tuvo alguna influencia la masonería en la pérdida de Cuba?

La causa de la independencia de Cuba resulta absolutamente imposible de entender sin referirnos a José Martí. Conocido como “el apóstol” y considerado, con toda justicia, el padre de la independencia cubana, Martí nació en La Habana el 28 de enero de 1853. Desde muy joven estuvo poseído por dos grandes pasiones: las letras y la causa independentista. De hecho –y es un dato poco conocido a este lado del Atlántico–, a él se debe la letra de una canción tan extraordinariamente popular como Guantanamera.

Cuando tan sólo contaba dieciséis años fue encarcelado, y al año siguiente publicó su primera obra: El presidio político en Cuba. Sin embargo, la vinculación de Martí con la masonería no iba a tener lugar en la isla sino en España. La iniciación, de hecho, se produjo en la Logia Armonía 52 de Madrid, una ciudad en la que vivió desde febrero de 1871 a mayo de 1873. Sería precisamente entre los “hijos de la viuda” donde Martí descubriría a no pocos españoles que eran favorables no a la autonomía de la isla, sino a su total independencia. En ese sentido, Martí compartiría destino con el filipino Rizal o con los masones que formaron la Ezquerra republicana de Cataluña.

La pertenencia de Martí a la masonería sería avalada con posterioridad por la viuda de Fermín Valdés Domínguez en una carta escrita en 1924 donde hacía referencia a unas prendas masónicas –collarín, mandil y fajín– que habían pertenecido a Martí. Sin embargo, lo más importante no es el hecho, en sí significativo, de que Martí fuera masón, sino la manera en que esta circunstancia ayudó a la causa de los insurrectos cubanos.

Más allá de las mitologías cubanas posteriores a 1898, lo cierto es que a finales del siglo XIX la población se hallaba muy dividida en relación al tema de la vinculación con España y que, en no escasa medida, el independentismo estaba más unido a ciertos sectores medios que a las clases populares. Precisamente, Martí era sabedor de que resultaba indispensable el apoyo de las clases populares a la causa independentista, y con esa finalidad intentó atraerse a Antonio Maceo, héroe de la guerra contra España que había concluido en 1878.

Con todo, el apoyo fundamental de Martí iba a encontrarse en la masonería. El 30 de julio de 1893 Martí llegó a Puerto Limón con esa finalidad, y de manera inmediata se puso en contacto con diversas personalidades de la masonería que pudieran ayudarlo en su cometido. No fueron, desde luego, pocas, e incluyeron nombres tan relevantes como los de Bernardo Soto, Próspero Fernández, Genaro Rucavado, Ricardo Mora Fernández, Minor Keith, Tomás Soley Güell y el padre Francisco Calvo, entre otros.

No menor fue la ayuda que Martí recibió para la causa independentista de la masonería establecida en Estados Unidos. Como botón de muestra baste decir que la logia Félix Varela n. 64 de Cayo Hueso estaba formada por independentistas cubanos, y que la denominada La Fraternidad n. 387 de Nueva York tenía como tesorero y secretario a Benjamín J. Guerra y Gonzalo de Quesada y Aróstegui, del partido revolucionario cubano fundado por Martí.

Con esos antecedentes, no resulta extraño que, cuando se decidió el levantamiento independentista de 1895, Martí designara a otro masón, Juan Gualberto Gómez, para iniciarlo, y que fueran también masones los firmantes del Manifiesto de Montecristi, publicado en contra de la presencia española en la isla.

El apoyo de la masonería –lo apuntábamos antes– no se circunscribió a los cubanos en la isla o en otras partes del mundo. Estaban, por supuesto, los hermanos extranjeros. Por ejemplo, los documentos del capitán Heinrich Lowe, otro masón, que ayudó a José Martí y a Máximo Gómez a llegar hasta la isla a bordo de su vapor, indican que aquel acto de colaboración no respondía ni a motivos políticos ni económicos, sino a la petición de ayuda masónica formulada por el cubano.

De todos es sabido que Martí cayó gravemente herido de tres tiros, en la mandíbula, el pecho y el muslo, el domingo 19 de mayo de 1895. Sin embargo, la causa de la independencia cubana iba a triunfar, al recibir la ayuda decisiva de los Estados Unidos en 1898. De manera nada sorprendente, visto lo visto, la nueva nación sería alumbrada con profusión de símbolos masónicos. Resulta, al respecto, obligado hacer referencia a la bandera.

El pabellón nacional cubano ondeó por primera vez el 19 de mayo de 1850 en la bahía de Cárdenas, donde desembarcó Narciso López al mando de una expedición – que fracasó– de seiscientos hombres. Fue precisamente López el que, el año anterior, en el curso de una entrevista en casa del también masón Teurbe Tolón había propuesto el diseño de la bandera. Para el color rojo sugirió el triángulo equilátero, que simboliza la grandeza del poder que asiste al Gran Arquitecto y cuyos lados simbolizan la consigna de “libertad, igualdad y fraternidad”. Además, la estrella de cinco puntas simboliza la perfección del maestro masón (fuerza, belleza, sabiduría, virtud y caridad), y finalmente quedaban integrados los tres números simbólicos: el tres de las tres franjas azules, el cinco de la totalidad de las franjas y el siete, resultado de sumar a las franjas el triángulo y la estrella.

Hay que reconocer que, al fin y a la postre, en todo ello había una no escasa coherencia. Si la masonería había tenido tanto peso en el proceso de independencia, ¿podía extrañar que la misma bandera de la nueva Cuba siguiera un simbolismo masónico?

Corregir la Historia

Corregir la Historia
Cabezas de moro cortadas como las de Aragón aparecen en centenares de escudos españoles oficiales y familiares, a menudo con profusión de sangre. Otras veces son indios esclavos o escenas violentas.¿Hay que cambiarlos todos?

Luis Valero de Bernabé lleva lustros rastreando escudos. Aragonés y director del Colegio Heráldico de España y de las Indias, tiene identificados unos 4.500 en las provincias de Huesca, Zaragoza y Teruel. En al menos uno de cada diez, asegura, aparece algún motivo relacionado con el Islam y la Reconquista.
Las cabezas de moro blasonan los escudos de, por lo menos, 112 linajes sólo en Aragón, además de los emblemas de la comunidad autónoma; las provincias de Huesca y Zaragoza; un buen número de municipios de la región entre los que se encuentra alguno tan importante como Jaca; la institución del Justicia de Aragón (una suerte de defensor del pueblo regional), o la Brigada de Cazadores de Montaña Aragón I del Ejército. Fuera de España se encuentran también en los escudos de Córcega y Cerdeña o en los de linajes de familias húngaras que lucharon contra los turcos.
«Me parece muy triste, absurdo, que por motivos de conveniencia política se quiera cambiar un símbolo que forma parte del patrimonio de Aragón desde 1340», se lamenta.

Valero de Bernabé se refiere a la polémica abierta el pasado fin de semana. El presidente del Gobierno regional, Marcelino Iglesias, reconocía que había recibido quejas de la comunidad musulmana y que se podía estudiar la sustitución de las cuatro cabezas de moro cortadas del tercer cuartel del escudo regional.Posteriormente, el vicepresidente, José Angel Viel, matizó que era «muy difícil «porque la tradición es la tradición».

Otros cuatro expertos en heráldica consultados por CRONICA se han mostrado en desacuerdo con el cambio del escudo. Se alega que, con el tiempo, cambia el significado de los símbolos y que hoy las cabezas se pueden leer en clave del anhelo del pueblo aragonés de convivencia pacífica entre razas (así se recoge, de hecho, en la edición conmemorativa del XX Aniversario del Estatuto de Aragón, publicada en 2002). Se afirma que cambiar los símbolos no va a cambiar los hechos (800 años de guerra de Reconquista). «En última instancia es una chorrada», llega a apuntar uno de ellos, no sin cierto desencanto. «Hoy casi nadie se para ya a ver los escudos con tanto detalle».

La muestra más antigua del uso de las cuatro cabezas en la Corona de Aragón es un sello del rey Pedro III de 1281. Se cree que alude a la legendaria batalla de Alcoraz, en el siglo XI, en la que el rey Pedro I ganó la ciudad de Huesca y en la que se aparecieron el mismísimo San Jorge y un caballero alemán rescatado de Antioquía por el santo que ayudaron a matar a 40.000 infieles por 1.000 muertos cristianos.

Pero no son, ni mucho menos, el blasón menos políticamente correcto de la heráldica española. Con frecuencia, casi siempre en escudos familiares, las cabezas chorrean sangre. Otras veces aparecen moros encadenados y humillados, indios esclavizados o escenas de fenomenal violencia. «Verá que a veces la heráldica es un poco fuerte en sus motivos», advierte Valero de Bernabé. ¿La cambiamos toda?

REBOBINAR LA HISTORIA.

REBOBINAR LA HISTORIA.

MUCHO más que a construir un pasable presente y a planificar un futuro próspero, estos socialistas que nos gobiernan andan atentos a rebobinar la Historia para recomponerla a su gusto y capricho. Hace unos días les hice a nuestros socialistas esta misma observación con dos endecasílabos de Manuel Machado: «Que lo que sucedió no haya pasado, / cosa que al mismo Dios es imposible...». Bueno, pues eso. No quieren asumir la Historia, con sus glorias por un lado y sus miserias por otro. Quieren inaugurarla, fabricarla ellos desde el principio. Rubalcaba podría ser Viriato, pongo por ejemplo; Pepiño Blanco, Pedro el Gordo, de León, y María Teresa Fernández de la Vega, María Padilla o Doña Urraca, yo qué sé.

Andan emperrados en que la guerra civil no la haya ganado Franco, y los esquerros republicanos catalanes del mequetrefe Carod-Rovira sueñan con que Cataluña sea la república independiente de Lluís Companys, y enseguida los andaluces de Chaves Cuánto Sabes se colocan bajo la égida de Blas Infante. Pero no termina ahí la cosa, porque se remontan mucho más lejos, aguas de la Historia hacia arriba. Ahí tienen ustedes al menesteroso Marcelino Iglesias, cuyas proezas políticas, muchas y grandes, se encierran en dos: una, en quedarse para su uso personal las aguas del Ebro, que nace en Fontibre y desemboca en Tortosa, y en expulsar del escudo de Aragón las cuatro cabezas de moros decapitados que allí recuerdan la gesta de la conquista de Huesca en los años de la Reconquista.

Con razón decía hace poco en estas mismas páginas mi querido Juan Manuel de Prada que cualquier día de estos les da por quitar del escudo de Navarra las famosas cadenas que rememoran la grande batalla de las Navas de Tolosa, principio del largo fin de la dominación mahometana en España. Esas cadenas simbolizan aquellas que apresaban a los diez mil negrazos que aquel Mohamed a quien los cristianos llamaban Miramamolín había plantado alrededor de su lujosa tienda de color rojo. Los diez mil negros guardaban necesariamente con sus cuerpos la vida y la grandeza de Miramamolín porque no les era posible la huida, encadenados como estaban y plantados en un bosque de lanzas enhiestas. Si me dais licencia, relataré el suceso con un fragmento de mi «Romancero de la Historia de España».

«Caballeros de armadura pugnan la muralla aquella, mas los caballos se espantan cuando a las lanzas se acercan. Jubilosa gritería avisa una gran proeza. Don Alvar Núñez de Lara, caballero a la jineta, con un salto prodigioso ha salvado la barrera y hace tremolar al aire de su Castilla la enseña. Otros jinetes abrieron en la muralla una brecha, pero al salvar por su flanco el cordón de carne negra, vieron que el rey de Navarra entró por el ala diestra y antes que nadie tomó la roja y dorada tienda. Desde entonces, el escudo de los navarros ostenta en recuerdo de esa hazaña el cuartel de las cadenas».

Bueno, pues, hala, fuera cabezas de moros, fuera las cadenas de Miramamolín, que le den a Hassan II las campanas de Compostela que hizo llevar Fernando III el Santo a lomos de moros y que Zapatero les dé a los turcos cuando entren en la Unión Europea el Cristo de Lepanto.

El verdadero rostro de Companys.

El verdadero rostro de Companys.

Esta semana, el gobierno presidido por el señor Rodríguez Zapatero decidió sumarse a las iniciativas del tripartito nacional-socialista catalán destinadas a rehabilitar de manera pública y oficial la figura de Companys. El gesto –que parece desandar la política de reconciliación que caracterizó la Transición– resulta aún más controvertido si se tiene en cuenta la trayectoria específica del personaje.

Lluis Companys nació en el seno de una familia acomodada en Tarrós, en la comarca de Urgell, en 1883. Cuando se trasladó a estudiar derecho a Barcelona, se convirtió con menos de dieciocho años en uno de los fundadores de la Asociación escolar republicana. En buena medida, puede decirse que comenzaba a transitar entonces un camino que ya no abandonaría durante el resto de su vida, un camino que pasaba por el nacionalismo catalán pero, de manera muy acentuada, por la lucha anti-sistema. Redactor en jefe de «La Barricada», un semanario que dependía del Bloque autonomista catalán, al año siguiente sufrió una dura derrota en las elecciones municipales que le llevó a radicalizar sus posiciones. En abril de 1917, se convirtió en uno de los fundadores del Partido republicano catalán y se sumó de manera nada oculta a la labor de acabar con la monarquía parlamentaria. No mucho después, Companys entró en uno de los recovecos de su carrera que suelen pasar por alto sus partidarios y que ilustra más claramente su carácter moral. Nos referimos al momento en que decidió asumir la defensa de terroristas de signo anarquista que, desde 1919, habían precipitado a Cataluña en lo que se denominaron los «años del pistolerismo». Para muchos, Companys simplemente colaboraba con las fuerzas políticas anticonstitucionales de mayor peso –y violencia–. No obstante, junto con esta razón nada descartable puede indicarse otra de no escasa importancia. Companys había sido iniciado en la masonería precisamente en una época en que la presencia de ésta en los partidos anti-sistema era muy considerable, pero, sobre todo, en que la relación era muy estrecha con el sector del anarquismo que propugnaba el atentado como vía política privilegiada. De hecho, anarquistas habían sido tanto Ferrer Guardia, responsable de las atrocidades de la Semana Trágica como Mateo Morral que había intentado asesinar a Alfonso XIII el día de su boda. No resulta pues nada extraño que Companys, además de intentar derribar la monarquía parlamentaria, estuviera ayudando a compañeros de la Logia. De hecho, en noviembre de 1920, fue detenido junto con otros anarquistas implicados en acciones violentas y recluido en el castillo de Mahón. Fue su elección como diputado de partido republicano catalán la que le libró justo al mes siguiente de la cárcel. Regresó a prisión por actividades subversivas en 1930, pero a esas alturas la conspiración contra el sistema parlamentario estaba muy avanzada. Aunque el alzamiento armado de los militares Galán y García Hernández fracasó, en abril de 1931 se proclamó la república. Fue éste un episodio idealizado por la propaganda aunque muy turbio en su desarrollo ya que se produjo tras unas elecciones municipales en que las candidaturas monárquicas obtuvieron casi cinco veces más concejales que las republicanas. El día 16 del citado mes, Companys proclamó la república desde el ayuntamiento de Barcelona. A partir de ese momento, su carrera –ya vinculada a la Esquerra republicana de Cataluña– resultó fulgurante. Diputado, miembro del comité ejecutivo de ERC, presidente del parlamento catalán o ministro de marina fueron algunos de los cargos que ocupó mientras erosionaba mortalmente al catalanismo de derechas. Al morir Francesc Maciá en 1933, Companys se vio catapultado a la presidencia de la Generalidad catalana precisamente en unos momentos en que el catalanismo era ya claramente de mayoría izquierdista e independentista. Fue entonces cuando se produjo un hecho que no comprendió –ni aceptó– ninguna de las fuerzas que durante décadas se había propuesto aniquilar la monarquía parlamentaria y luego caminar hacia sus distintas utopías a través de la república. Tras un gobierno republicano-socialista que duró dos años y que no resolvió ninguno de los problemas que acometió, aunque sí dividió dramáticamente a los españoles, las derechas ganaron las elecciones de 1933. La respuesta de nacionalistas e izquierdas –especialmente de PSOE y ERC– fue preparar un alzamiento armado que aniquilara al gobierno legítimo y les permitiera volver al poder mediante la violencia. Companys se sumó con entusiasmo al plan y, de hecho, tenía el propósito de aprovechar la sublevación armada dirigida por el PSOE para proclamar la independencia de Cataluña. En octubre de 1934, el PSOE se lanzó a la calle proclamando que había llegado el momento de implantar la dictadura del proletariado. Sin embargo, Companys, siguiendo los consejos de un enviado del republicano Manuel Azaña, limitó sus pretensiones a sumarse a la rebelión y a proclamar el Estado catalán dentro de la República federal española. Sería Madariaga el que afirmaría que con el alzamiento de 1934 las izquierdas habían perdido toda legitimidad para condenar la sublevación de julio de 1936. También perdieron aquel envite y Companys fue condenado a treinta años de reclusión por alzarse en armas contra el gobierno legítimo. Como en otras ocasiones anteriores, los cambios políticos permitieron a Companys eludir la acción de la justicia. En febrero de 1936, la victoria del Frente popular no sólo lo sacó de la cárcel, sino que le devolvió a la presidencia de la Generalidad. Cuando se produjo el alzamiento de julio de 1936, Companys supo trabar una alianza con la CNT que tuvo, entre otras consecuencias, el desencadenamiento del Terror roji-negro sobre Cataluña. Se trató de un Terror al que no fue ajeno –más bien entusiasta partícipe– su partido, la ERC. Desde mayo de 1937 –cuando el PCE decidió aniquilar a sus rivales en la España del Frente popular comenzando por el POUM– Companys se amoldó a la nueva hegemonía comunista, a la vez que estrechaba lazos con el gobierno vasco preparándose para la independencia posterior a la guerra. Sin embargo, la guerra no la ganaron las fuerzas del Frente Popular. En enero de 1939, mientras las tropas de Franco avanzaban por Cataluña, Companys huyó a Francia. Los vencedores lo buscaban por varios cargos entre los que se encontraban de manera fundamental los referidos a los fusilamientos, los saqueos, las torturas y las atrocidades cometidas en Cataluña mientras Companys era presidente. El dirigente de ERC pudo escapar hasta que el III Reich venció a Francia en el verano de 1940. Concedida la extradición por las fuerzas de ocupación alemanas, Companys fue entregado a las autoridades españolas y juzgado. Se le condenó a muerte siendo fusilado el 15 de octubre de 1940 en el castillo de Montjuic. El acto no pudo estar más cargado de simbolismo. En los fosos de aquel mismo lugar, más de mil doscientas personas habían sido fusiladas por el Frente Popular sin que Companys hiciera nada por impedirlo.

Revolución de Asturias, pecado original del PSOE.

Revolución de Asturias, pecado original del PSOE.

El filósofo asturiano Gustavo Bueno, heterodoxo que está un poco de vuelta de todo, ha sacudido la inteligencia con la siguiente provocación: la "guerra preventiva" comenzó en la revolución del 34.
Bueno no está solo. La expresión ha sido aceptada por varios historiadores que critican que el PSOE tratase de adelantarse, con la revolución, a un eventual peligro fascista.

En realidad, esa amenaza sólo estaba en su imaginación. No se puede afirmar, con seriedad, que la CEDA (Confederación de Derechas Autónomas), que gobernaba en coalición con los Radicales de Lerroux, fuera fascista...

Se trataba, además, del Gobierno legítimamente salido de las urnas. Pero, a aquellas alturas de la película, la fe de los españoles en la República se había enfriado.

En palabras del historiador Javier Cervera, la Revolución, alentada por socialistas y comunistas, fue "el golpe que la izquierda trató de asestar a la desacreditada II República... como la intentona del general Sanjurjo, en 1932, había sido el embate desde la derecha". Es decir, la demostración palpable de que ya nadie creía en la República.

Pío Moa, que acaba de publicar el libro 1934: comienza la Guerra Civil (editorial Altera), sostiene que aquella fue la antesala de la conflagración de 1936, al tratarse de un adelanto del proyecto de sovietización de las izquierdas.

Y señala expresamente a PSOEy ERCcomo instigadores del golpe. "Hasta que el PSOE no reconozca que la Revolución fue un intento de golpe de Estado -asegura Moa a ÉPOCA-, no tendrá autoridad moral para defender que Suresnes fue un verdadero aggiornamento".

¿Pero cómo se gestó la Revolución? Todo comenzó un año antes: el 19 de noviembre de 1933 la conservadora CEDA gana las elecciones. Ese mismo día, el presidente del PSOE, Largo Caballero, insta a la Directiva del partido a concretar un "movimiento revolucionario a fin de impedir un régimen fascista".

Dos días más tarde, ERCdeclara a través de su diario L}Humanitat que "es la hora de ser implacables". Se trata de los comienzos de un movimiento subversivo al que se suma UGT y que culmina con la convocatoria de una huelga general más política que laboral. El 5 de octubre de 1934 la huelga paraliza Madrid y diez capitales de provincia.

Aprovechando el estallido, Lluis Companys, presidente de la Generalitat, proclama "el Estado catalán dentro de la República federal española". El general Batet, capitán general de Cataluña, emprendió la reacción con la toma del palacio de la Generalitat, y se produjeron los primeros muertos.

Pero el epicentro del terremoto estaba en Asturias. En la madrugada del 5 al 6 de octubre se inicia la sublevación de la cuenca minera. Los revolucionarios toman Mieres. Se proclama el "comunismo libertario" aboliéndose el dinero y la propiedad privada, se asesinan religiosos y se queman conventos. Sacerdotes y afiliados a la CEDA son detenidos por ser considerados "fascistas". Se consolida la "primera república de soviets del nordeste de España".

Para entender todo esto es preciso reparar en lo muy idealizado que se tenía el bolchevismo ruso en la España de los años 30. Stalin llevaba una década escasa en el poder y la propaganda soviética se encargaba de "vender" las bondades del sistema.

El 7 de octubre los revolucionarios emprenden la conquista de Oviedo. El Gobierno central, que presidía Alejandro Lerroux, trata de frenar la hemorragia.

Las tropas se ponen al mando del general López Ochoa y marchan hacia Oviedo. El comité revolucionario decide retirar las fuerzas rebeldes el 12 de octubre. Y el 18 de octubre el secretario de Sindicato Minero Asturiano llega a un acuerdo de rendición.
La Revolución se saldó, en toda España, con 1.300 muertos y casi 3.000 heridos. Y con una dura represión, cuyas consecuencias se prolongarían hasta la Guerra Civil.

Setenta años después, los especialistas debaten la interpretación de un episodio de largo alcance en la historia de la España.
Gustavo Bueno afirma que se trata de una contradictoria "guerra preventiva" liderada por el mismo PSOE que ahora crítica la actuación de las fuerzas aliadas en Irak.

Para el autor de Octubre 1934, historia de la Revolución, Paco Ignacio Taibo, resulta obvio que la revolución trata de anticiparse al ascenso del fascismo "sobre todo tras la experiencia de Austria donde Dollfus había metido los tanques en los barrios obreros para pacificar su oposición".

José María Laso, presidente de la filocomunista Fundación Acevedo, comparte esa tesis. En su opinión, la CEDA se revestía de formas neofascistas aclamando a Gil Robles con el brazo en alto al grito de "¡jefe, jefe!".

Laso reconoce que el PSOE había advertido que si se nombraban ministros de la CEDA, "se interpretaría como una provocación de la derecha en su intento de establecer el fascismo por la vía legal". Se nombraron, efectivamente, ministros de la CEDA... exactamente tres. Toda una "provocación".

Para el historiador Juan Ramón Pérez las Clotas, el peligro no venía de la CEDA sino más bien del PSOE. Considera que la razón última de la Revolución del 34 "se inscribe únicamente en la mentalidad golpista del PSOE desde que Largo Caballero -el Lenin español- se pone al frente".

El polémico Pío Moa va más lejos y afirma que fue una "guerra ofensiva" que trató de implantar un régimen soviético. "El sector dominante en el PSOE se definió como bolchevique frente a Besteiro, que era el moderado".

No es una opinión. Tanto en El Socialista -órgano oficial del PSOE- como en Renovación -órgano de las Juventudes Socialistas- lanzaban estas consignas: "¡Por la dictadura del proletariado!", "¡Todo el poder al PSOE!".

Y Moa aporta en su libro numerosos documentos: desde discursos de los principales dirigentes del Partido, con Largo Caballero en cabeza, hasta actas internas de UGT, pasando por artículos de prensa alentando la violencia y programando un régimen totalitario.
Cervera prefiere no especular sobre si se hubiera impuesto un bastión prosoviético en España, de haber triunfado el golpe.

Pero afirma que Largo Caballero quería acabar con la República burguesa e imponer un régimen revolucionario, de cuño socialmarxista.

En las antípodas de Moa se encuentra el ex presidente del Principado de Asturias. El socialista Pedro de Silva sostiene que la Revolución del 34 tiene su origen en la Revolución de 1931 que dio origen a la II República.

A pesar de las evidencias, el historiador Enrique Moradiellos critica la tesis de que la República era antidemocrática y anticlerical.
Los hechos, sin embargo, lo desmienten. Hablar de democracia era quimérico en la España de los años treinta. Por dos motivos: externo -el pulso de los totalitarismos, nazi y comunista, influía en la política española- e interno -el talante de los partidos españoles no era precisamente democrático. Ni los de derecha, ni los de izquierda. Lo mismo que los dirigentes, con honrosas excepciones como el socialista Besteiro.

Cervera insiste en que las fuerzas políticas de distinto signo habían conspirado contra el poder legítimo y no querían la República liberal de Azaña. La Revolución fue la constatación de esa actitud y el principio del fin del fracaso inapelable de la Segunda República.

Más sobre el 34.

Más sobre el 34.

Desde que empecé a publicar sobre la guerra civil hace ya cinco años, señalé la necesidad de un debate académico que apartase la guerra, de una vez, de la propaganda y de la política actual. A esta oferta de diálogo se han negado los funcionarios de la historiografía, con dos falacias: que los "historiadores profesionales" estaban contra mis tesis; y que con el debate yo sólo buscaba hacerme propaganda. Estos personajes se arrogan fraudulentamente la representación del gremio, pues, desde luego, bastantes historiadores profesionales están de acuerdo conmigo; y, para desgracia de su segunda argucia, he tenido la suerte de que mis libros sean mucho más leídos que los suyos, por lo cual no soy yo quien necesita hacerse propaganda sino ellos, en todo caso.

Estas actitudes, reveladoras del nivel académico y democrático de tales personajes –lo explica muy bien Stanley Payne en el prólogo al libro 1934.Comienza la guerra civil–, han venido acompañadas de la correspondiente lluvia de injurias, exigencias de censura, negación del derecho de réplica y otros métodos de silenciamiento y desprestigio que esta vez, por suerte, han resultado poco eficaces (aunque a menudo lo han sido: ¿quién conoce, por ejemplo, estudios excelentes sobre la revolución del 34 como los de Barco Teruel o Sánchez García-Saúco? Y a Ricardo de la Cierva han logrado marginarlo en algunos ambientes). El ejemplo más siniestro fue la reacción a la entrevista que me hizo en TV2 Carlos Dávila. A raíz de ella se desató contra Dávila una catarata de presiones e insultos de estilo chekista, que logró su fin intimidatorio, pues no he vuelto a ser llamado por ninguna otra cadena de televisión, pública o privada (sí, ocasionalmente, por algunas locales o no abiertas al público general). El mismo Sánchez Dragó ha mostrado reticencia a entrevistarme. Y se comprende: en cuanto los socialistas volvieron al poder la primera cabeza que rodó en televisión fue la de Dávila, con el "talante" típico: destitución fulminante, sin la menor cortesía o respeto a las formas.

Pero, fallidos el insulto, la intimidación y el silencio, tuve la certeza de que antes o después tendrían que probar con argumentos. Y así empieza a ocurrir tímidamente. Doña Marta Bizcarrondo acaba de publicar un largo artículo en El País para refutar a los "panfletarios conversos" (vean cómo las gasta la moza) que interpretamos la insurrección izquierdista de octubre del 1934 como el comienzo de la guerra civil. Hoy resulta ya imposible negar la evidencia de los documentos del PSOE y de la Esquerra: esos partidos quisieron, organizaron y llevaron adelante la guerra civil en aquel año, y Azaña replicó a la victoria electoral de la derecha en 1933 intentando dos golpes de estado (así eran los que defendían la democracia y las libertades según quieren hacer creer los funcionarios de la historiografía). Estos hechos pueden considerarse firmemente asentados, por más que algunos todavía se resistan a admitirlo. Quien tenga alguna duda puede consultar el amplio apartado documental del libro 1934.

Pero, objeta doña Marta, quienes señalamos estas cosas olvidamos la otra parte del problema: ¿qué pasaba con la derecha? ¿Acaso no parecían tener intenciones totalitarias las derechas? ¿Y qué ocurría con la situación internacional, con la subida de Hitler al poder o la política de Dollfuss en Austria? Obsérvese que doña Marta no pretende que la CEDA, principal partido derechista, fuera fascista. Ningún historiador medianamente serio, de derecha o de izquierda, sostiene hoy tal cosa. Lo que ella viene a plantear es que, ante la situación internacional y ciertos comportamientos de la CEDA, las izquierdas tenían motivos para estar alarmadas y llevar a cabo un golpe preventivo, quizá injustificado en el fondo, pero muy explicable en el contexto de los miedos de la época. Ya en Los orígenes de la guerra civil mostré la poca seriedad del argumento, citando esta frase de la misma Bizcarrondo: "El problema no es si Gil Robles era o no fascista, sino si en la coyuntura de 1933 la desconfianza de la izquierda era o no justificada". Ella la cree justificada, claro, pero ¿no estaría la derecha más justificada para temer una revolución con la que constantemente amenazaba el PSOE, y adelantarse mediante otro golpe preventivo?

En otras palabras, la CEDA no era fascista pero "daba la impresión" de serlo, y los sucesos de Alemania y Austria bastaban a disparar los temores. Por lo tanto, la rebelión de las izquierdas en 1934 no debe verse como una intentona de guerra civil sino más bien como una respuesta, errónea pero comprensible, a lo que la izquierda percibía como un peligro inminente. Y de esa respuesta habría tenido mucha culpa la CEDA, por no haber obrado con más moderación. Este peculiar argumento ha calado muy ampliamente, también en la historiografía de derechas.

Desde luego, las izquierdas no dejaron de acusar a la CEDA de fascista, y muchos militantes izquierdistas tuvieron que creérselo; pero, a pesar de eso y del amplio "consenso" logrado en la historiografía reciente, la explicación es radicalmente falsa. Y de probar su falsedad se encargan los mismos líderes socialistas de la época, a quienes, imperdonablemente, muchos historiadores han prestado poca atención. Así, el padre intelectual de la insurrección de octubre, Araquistáin, dejó constancia en la revista useña Foreign Affairs de su verdadero pensamiento por los mismos meses en que él, con su partido, organizaba –insisto– la guerra civil. Al revés que en Alemania o Italia, escribía Araquistáin, en España "no existe un ejército desmovilizado (…) no existen cientos de miles de universitarios sin futuro, no existen millones de parados. No existe un Mussolini, ni siquiera un Hitler [por entonces a Hitler aun se le conocía mal]; no existen las ambiciones imperialistas ni los sentimientos revanchistas (…) ¿A partir de qué ingredientes podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la receta". Argumentos semejantes había esgrimido el propio Largo Caballero ante una delegación sindical extranjera. Sin embargo, a sus seguidores les decían exactamente lo contrario. ¿Por qué? Obviamente, porque el fantasma del fascismo les servía para soliviantar a las masas con vistas a su proyecto de toma del poder. Un historiador serio debe saber distinguir la espuma propagandística de los verdaderos impulsos bajo ella.

Doña Marta olvida algo no menos esencial: si los dirigentes socialistas agitaban a la población con aquellas falsedades, dentro del propio PSOE hubo quien rehusó seguirles, Besteiro. Éste negó tal peligro fascista, denunció que la propaganda del partido estaba envenenando a los trabajadores con patrañas y aspiraciones de "dictadura proletaria", y que todo terminaría en un baño de sangre. Hasta anunció que, aun si triunfaba el PSOE, la guerra seguiría con los anarquistas (fue un verdadero profeta, si juzgamos por lo ocurrido en 1937 y 1939). Pero la historiografía izquierdista, incluso la que se proclama moderada y democrática, ha solido dar más valor a la propaganda del sector bolchevique del PSOE que a su desenmascaramiento por Besteiro.

Esta errónea valoración de las fuentes se acompaña de una falta no menor de sentido crítico. Carrillo, por ejemplo, sostiene en sus memorias que la CEDA era un partido fascista, pero él mismo se enreda en sus sofismas. Cuando iban a ordenar la insurrección, los líderes del PSOE se plantearon qué hacer si salían derrotados. Decidieron que en tal caso negarían toda relación con la revuelta, presentándola como un movimiento espontáneo. Esto los retrata moral y políticamente, pero hay más, como explica Carrillo: "En ese momento me hubiera gustado mucho más asumir mi responsabilidad. Me parecía más gallardo y no veía en qué podían cambiar las cosas si decíamos que era espontáneo. Pero me equivocaba. Aparte de la suerte personal que hubiéramos podido correr en el momento, nuestras organizaciones hubieran sido aplastadas y no se hubieran mantenido y fortalecido tan rápidamente". Esto es una confesión en toda regla: no sólo sabían la inexistencia del tan cacareado peligro fascista, sino que creían que, incluso ante una provocación tan tremenda como la insurrección, la derecha mantendría la legalidad republicana, cuyas garantías permitirían a los socialistas defenderse legalmente (Largo Caballero, máximo líder del alzamiento, saldría… ¡absuelto por falta de pruebas!); y más aún: mantener sus organizaciones y fortalecerlas después del sangriento fracaso. Vaya miedo tenían al fascismo…

Y tuvieron completa razón en sus expectativas. La CEDA no sólo no replicó con un contragolpe sino que defendió y mantuvo la Constitución, pese a no gustarle por diversas razones, en particular su carácter no laico sino anticatólico.

Si con ingenuidad totalmente acrítica hubiéramos creído la propaganda de las izquierdas esperaríamos que, después de la contundente prueba de legalismo y moderación dada por las derechas en el poder, cesarían las acusaciones de fascismo contra Gil-Robles y la CEDA. Con lo cual repetiríamos el "ingenuo" error. Tales acusaciones se recrudecieron, si ello era posible.

¿Cuál fue, pues, el auténtico motivo de la insurrección? También lo encontramos fácilmente una vez dejamos de tomar el ruido propagandístico por una fuente digna de toda fe, como hace con dudosa ingenuidad doña Marta. Antes de imponerse por completo (empleando también la intimidación y la agresión), los partidarios de la guerra civil tuvieron que discutir con los de Besteiro. En un importante encuentro de líderes de la UGT, poco después de la derrota electoral de noviembre del 33, el besteirista Saborit alega: "¿Se trata de que hay un peligro inmediato de fascismo? Yo digo que eso seriamente no hay quien lo diga (…) Lo que ha habido en España es una coalición electoral terrible contra nosotros, no contra la República". Y le responde Amaro del Rosal: "Esta situación determina que hay que hacer el movimiento y que es favorable (…) El año 33 es favorable a la revolución. Existe un espíritu revolucionario; existe un Ejército completamente desquiciado, hay una pequeña burguesía con incapacidad de gobernar, que está en descomposición (…) Tenemos un Gobierno que no conoce la historia de España, que es el de menor capacidad, el de menos fuerza moral, el de menos resistencia. Por eso yo opino que ahora todo está propicio".

Quienes opinaban que todo estaba propicio para la revolución se impusieron sobre quienes defendían la democracia y la legalidad. No temían ningún golpe fascista, repito por enésima vez: simplemente estaban seguros de ganar. Ahí radica todo el secreto de aquella decisión histórica que abrió la guerra civil.

Pero, insistirá todavía alguno, ¿y la situación internacional? ¿Y ciertas actitudes amenazantes de la CEDA? Como queda claro a partir de lo ya visto, no fueron causas reales, sino pretextos utilizados por el PSOE para movilizar a las masas y justificar una decisión previamente tomada. Aun así, trataré también esas "amenazas" en otro artículo.