Revolución de Asturias, pecado original del PSOE.
Revolución de Asturias, pecado original del PSOE.
El filósofo asturiano Gustavo Bueno, heterodoxo que está un poco de vuelta de todo, ha sacudido la inteligencia con la siguiente provocación: la "guerra preventiva" comenzó en la revolución del 34.
Bueno no está solo. La expresión ha sido aceptada por varios historiadores que critican que el PSOE tratase de adelantarse, con la revolución, a un eventual peligro fascista.
En realidad, esa amenaza sólo estaba en su imaginación. No se puede afirmar, con seriedad, que la CEDA (Confederación de Derechas Autónomas), que gobernaba en coalición con los Radicales de Lerroux, fuera fascista...
Se trataba, además, del Gobierno legítimamente salido de las urnas. Pero, a aquellas alturas de la película, la fe de los españoles en la República se había enfriado.
En palabras del historiador Javier Cervera, la Revolución, alentada por socialistas y comunistas, fue "el golpe que la izquierda trató de asestar a la desacreditada II República... como la intentona del general Sanjurjo, en 1932, había sido el embate desde la derecha". Es decir, la demostración palpable de que ya nadie creía en la República.
Pío Moa, que acaba de publicar el libro 1934: comienza la Guerra Civil (editorial Altera), sostiene que aquella fue la antesala de la conflagración de 1936, al tratarse de un adelanto del proyecto de sovietización de las izquierdas.
Y señala expresamente a PSOEy ERCcomo instigadores del golpe. "Hasta que el PSOE no reconozca que la Revolución fue un intento de golpe de Estado -asegura Moa a ÉPOCA-, no tendrá autoridad moral para defender que Suresnes fue un verdadero aggiornamento".
¿Pero cómo se gestó la Revolución? Todo comenzó un año antes: el 19 de noviembre de 1933 la conservadora CEDA gana las elecciones. Ese mismo día, el presidente del PSOE, Largo Caballero, insta a la Directiva del partido a concretar un "movimiento revolucionario a fin de impedir un régimen fascista".
Dos días más tarde, ERCdeclara a través de su diario L}Humanitat que "es la hora de ser implacables". Se trata de los comienzos de un movimiento subversivo al que se suma UGT y que culmina con la convocatoria de una huelga general más política que laboral. El 5 de octubre de 1934 la huelga paraliza Madrid y diez capitales de provincia.
Aprovechando el estallido, Lluis Companys, presidente de la Generalitat, proclama "el Estado catalán dentro de la República federal española". El general Batet, capitán general de Cataluña, emprendió la reacción con la toma del palacio de la Generalitat, y se produjeron los primeros muertos.
Pero el epicentro del terremoto estaba en Asturias. En la madrugada del 5 al 6 de octubre se inicia la sublevación de la cuenca minera. Los revolucionarios toman Mieres. Se proclama el "comunismo libertario" aboliéndose el dinero y la propiedad privada, se asesinan religiosos y se queman conventos. Sacerdotes y afiliados a la CEDA son detenidos por ser considerados "fascistas". Se consolida la "primera república de soviets del nordeste de España".
Para entender todo esto es preciso reparar en lo muy idealizado que se tenía el bolchevismo ruso en la España de los años 30. Stalin llevaba una década escasa en el poder y la propaganda soviética se encargaba de "vender" las bondades del sistema.
El 7 de octubre los revolucionarios emprenden la conquista de Oviedo. El Gobierno central, que presidía Alejandro Lerroux, trata de frenar la hemorragia.
Las tropas se ponen al mando del general López Ochoa y marchan hacia Oviedo. El comité revolucionario decide retirar las fuerzas rebeldes el 12 de octubre. Y el 18 de octubre el secretario de Sindicato Minero Asturiano llega a un acuerdo de rendición.
La Revolución se saldó, en toda España, con 1.300 muertos y casi 3.000 heridos. Y con una dura represión, cuyas consecuencias se prolongarían hasta la Guerra Civil.
Setenta años después, los especialistas debaten la interpretación de un episodio de largo alcance en la historia de la España.
Gustavo Bueno afirma que se trata de una contradictoria "guerra preventiva" liderada por el mismo PSOE que ahora crítica la actuación de las fuerzas aliadas en Irak.
Para el autor de Octubre 1934, historia de la Revolución, Paco Ignacio Taibo, resulta obvio que la revolución trata de anticiparse al ascenso del fascismo "sobre todo tras la experiencia de Austria donde Dollfus había metido los tanques en los barrios obreros para pacificar su oposición".
José María Laso, presidente de la filocomunista Fundación Acevedo, comparte esa tesis. En su opinión, la CEDA se revestía de formas neofascistas aclamando a Gil Robles con el brazo en alto al grito de "¡jefe, jefe!".
Laso reconoce que el PSOE había advertido que si se nombraban ministros de la CEDA, "se interpretaría como una provocación de la derecha en su intento de establecer el fascismo por la vía legal". Se nombraron, efectivamente, ministros de la CEDA... exactamente tres. Toda una "provocación".
Para el historiador Juan Ramón Pérez las Clotas, el peligro no venía de la CEDA sino más bien del PSOE. Considera que la razón última de la Revolución del 34 "se inscribe únicamente en la mentalidad golpista del PSOE desde que Largo Caballero -el Lenin español- se pone al frente".
El polémico Pío Moa va más lejos y afirma que fue una "guerra ofensiva" que trató de implantar un régimen soviético. "El sector dominante en el PSOE se definió como bolchevique frente a Besteiro, que era el moderado".
No es una opinión. Tanto en El Socialista -órgano oficial del PSOE- como en Renovación -órgano de las Juventudes Socialistas- lanzaban estas consignas: "¡Por la dictadura del proletariado!", "¡Todo el poder al PSOE!".
Y Moa aporta en su libro numerosos documentos: desde discursos de los principales dirigentes del Partido, con Largo Caballero en cabeza, hasta actas internas de UGT, pasando por artículos de prensa alentando la violencia y programando un régimen totalitario.
Cervera prefiere no especular sobre si se hubiera impuesto un bastión prosoviético en España, de haber triunfado el golpe.
Pero afirma que Largo Caballero quería acabar con la República burguesa e imponer un régimen revolucionario, de cuño socialmarxista.
En las antípodas de Moa se encuentra el ex presidente del Principado de Asturias. El socialista Pedro de Silva sostiene que la Revolución del 34 tiene su origen en la Revolución de 1931 que dio origen a la II República.
A pesar de las evidencias, el historiador Enrique Moradiellos critica la tesis de que la República era antidemocrática y anticlerical.
Los hechos, sin embargo, lo desmienten. Hablar de democracia era quimérico en la España de los años treinta. Por dos motivos: externo -el pulso de los totalitarismos, nazi y comunista, influía en la política española- e interno -el talante de los partidos españoles no era precisamente democrático. Ni los de derecha, ni los de izquierda. Lo mismo que los dirigentes, con honrosas excepciones como el socialista Besteiro.
Cervera insiste en que las fuerzas políticas de distinto signo habían conspirado contra el poder legítimo y no querían la República liberal de Azaña. La Revolución fue la constatación de esa actitud y el principio del fin del fracaso inapelable de la Segunda República.
El filósofo asturiano Gustavo Bueno, heterodoxo que está un poco de vuelta de todo, ha sacudido la inteligencia con la siguiente provocación: la "guerra preventiva" comenzó en la revolución del 34.
Bueno no está solo. La expresión ha sido aceptada por varios historiadores que critican que el PSOE tratase de adelantarse, con la revolución, a un eventual peligro fascista.
En realidad, esa amenaza sólo estaba en su imaginación. No se puede afirmar, con seriedad, que la CEDA (Confederación de Derechas Autónomas), que gobernaba en coalición con los Radicales de Lerroux, fuera fascista...
Se trataba, además, del Gobierno legítimamente salido de las urnas. Pero, a aquellas alturas de la película, la fe de los españoles en la República se había enfriado.
En palabras del historiador Javier Cervera, la Revolución, alentada por socialistas y comunistas, fue "el golpe que la izquierda trató de asestar a la desacreditada II República... como la intentona del general Sanjurjo, en 1932, había sido el embate desde la derecha". Es decir, la demostración palpable de que ya nadie creía en la República.
Pío Moa, que acaba de publicar el libro 1934: comienza la Guerra Civil (editorial Altera), sostiene que aquella fue la antesala de la conflagración de 1936, al tratarse de un adelanto del proyecto de sovietización de las izquierdas.
Y señala expresamente a PSOEy ERCcomo instigadores del golpe. "Hasta que el PSOE no reconozca que la Revolución fue un intento de golpe de Estado -asegura Moa a ÉPOCA-, no tendrá autoridad moral para defender que Suresnes fue un verdadero aggiornamento".
¿Pero cómo se gestó la Revolución? Todo comenzó un año antes: el 19 de noviembre de 1933 la conservadora CEDA gana las elecciones. Ese mismo día, el presidente del PSOE, Largo Caballero, insta a la Directiva del partido a concretar un "movimiento revolucionario a fin de impedir un régimen fascista".
Dos días más tarde, ERCdeclara a través de su diario L}Humanitat que "es la hora de ser implacables". Se trata de los comienzos de un movimiento subversivo al que se suma UGT y que culmina con la convocatoria de una huelga general más política que laboral. El 5 de octubre de 1934 la huelga paraliza Madrid y diez capitales de provincia.
Aprovechando el estallido, Lluis Companys, presidente de la Generalitat, proclama "el Estado catalán dentro de la República federal española". El general Batet, capitán general de Cataluña, emprendió la reacción con la toma del palacio de la Generalitat, y se produjeron los primeros muertos.
Pero el epicentro del terremoto estaba en Asturias. En la madrugada del 5 al 6 de octubre se inicia la sublevación de la cuenca minera. Los revolucionarios toman Mieres. Se proclama el "comunismo libertario" aboliéndose el dinero y la propiedad privada, se asesinan religiosos y se queman conventos. Sacerdotes y afiliados a la CEDA son detenidos por ser considerados "fascistas". Se consolida la "primera república de soviets del nordeste de España".
Para entender todo esto es preciso reparar en lo muy idealizado que se tenía el bolchevismo ruso en la España de los años 30. Stalin llevaba una década escasa en el poder y la propaganda soviética se encargaba de "vender" las bondades del sistema.
El 7 de octubre los revolucionarios emprenden la conquista de Oviedo. El Gobierno central, que presidía Alejandro Lerroux, trata de frenar la hemorragia.
Las tropas se ponen al mando del general López Ochoa y marchan hacia Oviedo. El comité revolucionario decide retirar las fuerzas rebeldes el 12 de octubre. Y el 18 de octubre el secretario de Sindicato Minero Asturiano llega a un acuerdo de rendición.
La Revolución se saldó, en toda España, con 1.300 muertos y casi 3.000 heridos. Y con una dura represión, cuyas consecuencias se prolongarían hasta la Guerra Civil.
Setenta años después, los especialistas debaten la interpretación de un episodio de largo alcance en la historia de la España.
Gustavo Bueno afirma que se trata de una contradictoria "guerra preventiva" liderada por el mismo PSOE que ahora crítica la actuación de las fuerzas aliadas en Irak.
Para el autor de Octubre 1934, historia de la Revolución, Paco Ignacio Taibo, resulta obvio que la revolución trata de anticiparse al ascenso del fascismo "sobre todo tras la experiencia de Austria donde Dollfus había metido los tanques en los barrios obreros para pacificar su oposición".
José María Laso, presidente de la filocomunista Fundación Acevedo, comparte esa tesis. En su opinión, la CEDA se revestía de formas neofascistas aclamando a Gil Robles con el brazo en alto al grito de "¡jefe, jefe!".
Laso reconoce que el PSOE había advertido que si se nombraban ministros de la CEDA, "se interpretaría como una provocación de la derecha en su intento de establecer el fascismo por la vía legal". Se nombraron, efectivamente, ministros de la CEDA... exactamente tres. Toda una "provocación".
Para el historiador Juan Ramón Pérez las Clotas, el peligro no venía de la CEDA sino más bien del PSOE. Considera que la razón última de la Revolución del 34 "se inscribe únicamente en la mentalidad golpista del PSOE desde que Largo Caballero -el Lenin español- se pone al frente".
El polémico Pío Moa va más lejos y afirma que fue una "guerra ofensiva" que trató de implantar un régimen soviético. "El sector dominante en el PSOE se definió como bolchevique frente a Besteiro, que era el moderado".
No es una opinión. Tanto en El Socialista -órgano oficial del PSOE- como en Renovación -órgano de las Juventudes Socialistas- lanzaban estas consignas: "¡Por la dictadura del proletariado!", "¡Todo el poder al PSOE!".
Y Moa aporta en su libro numerosos documentos: desde discursos de los principales dirigentes del Partido, con Largo Caballero en cabeza, hasta actas internas de UGT, pasando por artículos de prensa alentando la violencia y programando un régimen totalitario.
Cervera prefiere no especular sobre si se hubiera impuesto un bastión prosoviético en España, de haber triunfado el golpe.
Pero afirma que Largo Caballero quería acabar con la República burguesa e imponer un régimen revolucionario, de cuño socialmarxista.
En las antípodas de Moa se encuentra el ex presidente del Principado de Asturias. El socialista Pedro de Silva sostiene que la Revolución del 34 tiene su origen en la Revolución de 1931 que dio origen a la II República.
A pesar de las evidencias, el historiador Enrique Moradiellos critica la tesis de que la República era antidemocrática y anticlerical.
Los hechos, sin embargo, lo desmienten. Hablar de democracia era quimérico en la España de los años treinta. Por dos motivos: externo -el pulso de los totalitarismos, nazi y comunista, influía en la política española- e interno -el talante de los partidos españoles no era precisamente democrático. Ni los de derecha, ni los de izquierda. Lo mismo que los dirigentes, con honrosas excepciones como el socialista Besteiro.
Cervera insiste en que las fuerzas políticas de distinto signo habían conspirado contra el poder legítimo y no querían la República liberal de Azaña. La Revolución fue la constatación de esa actitud y el principio del fin del fracaso inapelable de la Segunda República.
3 comentarios
Ramon -
Y así como el PNV execra de palabra el terrorismo de ETA, pero al mismo tiempo lo protege y subvenciona, y socava la acción del estado que todavía apuntala los restos de democracia allí subsistentes, el gobierno de Rodríguez lanza condenas verbalistas contra el terrorismo islámico, pero en la realidad trata de dinamitar todas las medidas efectivas contra él.
Ramon -
A falta de ese imprescindible debate clarificador, los tópicos y resabios del marxismo, la herencia más turbia del PSOE, han permanecido en el partido y explican su tendencia a la agitación callejera, a despreciar o manipular los métodos democráticos, a emplear las demagogias más peligrosas. O, en este caso, explican el apoyo del gobierno de Rodríguez, como de los titiriteros e intelectuales que lo siguen, al terrorismo, sea de la ETA o de Ben Laden, y a dictaduras como la de Castro. Comparten con éstos la misma perversión intelectual, los mismos prejuicios ideológicos en torno a "las causas del terrorismo", de la "resistencia" contra las injusticias del capital.
Ramon -
Derecha 2-izquierda 0.