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Latinoamérica. ¿Por qué somos pobres?.

Latinoamérica. ¿Por qué somos pobres?.

Seguimos pobres, como la mayoría de los latinoamericanos. La civilización nos deja atrás. Y claro está, somos pobres no porque no queremos ser ricos, sino porque no hemos atinado. Si quiere comprender por qué somos pobres, por qué no ha funcionado un continente que debiera ser rico, lea el nuevo libro de Álvaro Vargas Llosa, “Rumbo a la libertad”. No es una historia repetitiva, no es una simple relación cronológica de eventos, sino un agudo análisis histórico y económico. Tampoco es ideológico. El subtítulo es “por qué la izquierda y el neoliberalismo fracasan en América Latina”. Es un análisis del origen y desarrollo histórico de actitudes culturales e institucionales, con comentarios acerca de Europa en lo que es pertinente al desenvolvimiento de América Latina. Veremos más claro el por qué somos lo que somos y por qué estamos como estamos; cuál es el camino que América Latina ha recorrido y cuáles hechos siguen forjando nuestra cultura y consecuentemente las políticas que han prevalecido en la formación de nuestras instituciones. Vargas Llosa arma el rompecabezas que nos permite entender, en forma amena y con abundantes referencias para quienes quieren ahondar más sobre los temas que aborda.

Seguimos pobres, como la mayoría de los latinoamericanos. La civilización nos deja atrás. Y claro está, somos pobres no porque no queremos ser ricos, sino porque no hemos atinado. No me refiero tanto a nuestros dirigentes políticos como a los intelectuales que en alguna manera guían y determinan lo que llamamos la opinión y la cultura del público. Los políticos típicamente son seguidores de esa opinión y por eso, los formadores de opinión son quienes deciden el futuro y, si su diagnóstico no es acertado, las consecuencias las sufren los habitantes del país.

Vargas Llosa, investigador del Independent Institute de California, nos cuenta cómo los países del norte europeo y los EEUU se desarrollaron cuando abandonaron el mercantilismo que venían practicando en Europa desde la edad media, el cual consiste en un sistema basado en un régimen legal positivista, “la ley política”, que no se basa en el reconocimiento de derechos individuales sino en el expediente político, bajo el cual el ciudadano debe servir al gobierno y no al revés, en el que sectores privilegiados manejan la economía del país, un sistema que resulta en una continua transferencia de riqueza de pobres a ricos. España y Portugal no abandonaron el mercantilismo sino más bien lo implantaron en sus colonias y tanto ellos como sus colonias nos quedamos atrás. Este tema, que es de por sí muy interesante, rara vez es reconocido en la historia que nos han enseñado desde chicos. Vargas Llosa nos ilustra sobre su naturaleza y desarrollo histórico y cultural.

En América Latina, la falta de éxito no ha sido por falta de buena voluntad de quienes gobiernan, sino el natural resultado de equivocados planes, estudios, dictámenes y modelos, a pesar de cuantiosas sumas de infructuosa ayuda. Lamentablemente, seguiremos pobres en tanto se nos escape, a nosotros y a quienes nos ayudan, las verdaderas causas de nuestra pobreza

Entretanto, los congresistas legislan más y más regulaciones e intromisiones generadoras de corrupción y pobreza. Ya las entidades que se ocupan de ayudar a los países pobres, como el Banco Mundial, comienzan a darse cuenta de las verdaderas causas del fracaso. Robert E. Anderson, quien trabajó durante diez años en el Banco Mundial, recientemente publicó un atinado análisis de las causas de la pobreza en nuestros países, titulado “Just get out of the way”. Y el mismo Banco Mundial publicó el extenso informe “Doing Business in 2004” que documenta exhaustivamente el sistema mercantilista en los países pobres, pero sin mencionarlo por su nombre. Hay, pues, esperanza.

9 comentarios

C.S. -

Buena parte de la región se encuentra en una especie de callejón sin salida: sus ideas no les permiten avanzar, pero la necesidad de obtener resultados concretos tampoco permite dar marcha atrás, pues es fácil reconocer, aún para quienes siguen anclados en el pasado, que el viejo nacionalismo económico, el endeudamiento desmesurado de estado y los ataques a la propiedad privada sólo generan mayor pobreza. Sólo cuando por la propia experiencia se comprenda que estos caminos no llevan a ninguna parte y que hay que liberar nuestras sociedades de la opresiva tutela del estado podrá emprenderse la tarea siempre postergada de acercarnos a la prosperidad que todos deseamos.

C.S. -

Las reformas orientadas hacia la apertura de nuestras economías, imprescindibles en la situación crítica que se vivía durante los años ochenta, fueron adoptadas como salidas de emergencia a la crisis que se vivía y, en la mayoría de los casos, no tocaron más que los aspectos superficiales de nuestros problemas. Se mejoraron los equilibrios fiscales, se logró controlar la inflación y se produjeron privatizaciones que dinamizaron la economía, permitiendo en varios países tasas de crecimiento alentadoras. Pero las reformas nunca alcanzaron la etapa de los cambios estructurales: no tocaron los rígidos mercados laborales ni destruyeron la maraña de regulaciones que ahogaban nuestras economías, y descuidaron por completo los aspectos institucionales y políticos que son indispensables para favorecer la inversión y propiciar el crecimiento sostenido. Es más, con economías más abiertas, pero todavía endebles, América Latina tuvo que soportar varios episodios críticos que, como los provenientes del Sudeste Asiático o de Rusia, produjeron períodos recesivos bastante marcados.

C.S. -

En esas condiciones, y sin una convicción real respecto a la necesidad de completar el ciclo de reformas, la gente comenzó a reclamar políticas que resolvieran sus problemas de corto plazo. Adquirieron otra vez fuerza las propuestas de la izquierda y se escuchó otra vez la prédica, que ya parecía desacreditada, del viejo estatismo económico y el populismo.

Pero los gobiernos y los líderes que intentan ahora este peligroso retorno se encuentran en una desagradable disyuntiva: tienen que responder a este mandato pero deben, a la vez, hacer crecer las economías para lograr que la gente quede satisfecha. Porque no se puede dar lo que no se tiene y los estados de América Latina, que no son ricos porque no lo son sus pueblos, no pueden repartir a manos llenas –como quisieran sus dirigentes– una riqueza que todavía no se ha creado.

No se puede hacer una política social como la de los europeos cuando se tienen los ingresos del Ecuador, Bolivia, Paraguay o Guatemala: para eso hay que potenciar un desarrollo económico que sólo puede basarse en el ahorro y la inversión, en la formación acelerada de capital. Para lograr esto, sin embargo, es preciso crear un clima propicio –que por supuesto no es fomentado por los arrebatos revolucionarios o los discursos socialistas– encarar con seriedad las reformas pendientes y, además, tener algo de paciencia.

Carlos Sabino -

Fuera de su sombrilla protectora se extiende el amplio sector de la economía informal, donde los trabajadores no pueden obtener muy buenas condiciones laborales pero, por lo menos, consiguen trabajo, que es la primordial preocupación de quienes viven en situación de pobreza. Se crea así una injusta división social: mientras más beneficios y protección otorgan las leyes menos son las compañías capaces de cumplirlos y, a la vez, de continuar en el mercado. Los altos costos que implica la legislación impiden la creación de muchas empresas que no puedan siquiera llegar a constituirse, reducen las inversiones y hacen que los empresarios lo piensen dos veces antes de contratar nuevo personal. Con pocas inversiones las economías no logran despegar y, por eso mismo, quedan rezagadas en la carrera por obtener mayor productividad y mayor bienestar.

Así se produce entonces la aparente paradoja de que cuanto más ambiciosas son las leyes en su intento de favorecer al trabajador más amplia se hace la brecha entre el sector formal y el informal de la economía, menos inversiones se efectúan y más lento se hace el crecimiento económico, único motor capaz de sacar a las sociedades de la pobreza. Es de lamentar que, hasta ahora, la mayoría de nuestros gobiernos se haya empecinado en recorrer este camino de ilusiones, que tan pocos resultados positivos nos ha dado en la práctica.

C.S. -

La opinión pública latinoamericana parece creer, en términos generales, que el llamado "neoliberalismo" ha fracasado en la región. Así lo prueba el giro a la izquierda que han dado, en los últimos años, una buena parte de esos países, eligiendo gobiernos que no tienen el menor interés en proseguir la etapa de reformas que tuvo su auge hace aproximadamente una década y que se inclinan ahora más hacia la redistribución de la riqueza que a la creación de nuevas oportunidades para el crecimiento.

¿Por qué ha sucedido este viraje, que contradice las tendencias más profundas de la economía mundial y que nos retrocede a fracasadas políticas populistas que se pusieron en práctica en décadas pasadas? ¿Por qué los votantes se han decepcionado tan pronto con un camino que apenas si empezábamos a recorrer y que, en la práctica, había dado ya algunos frutos bastante positivos? Las razones son variadas porque compleja es la realidad de nuestros pueblos, pero no faltan claves para comprender la situación.

Carlos Sabino -

Pero todos sabemos que las cosas no son así. Los obreros norteamericanos gozan de un poder adquisitivo que, en términos reales, es por lo menos diez veces mayor que el de nuestros trabajadores. Estos reciben salarios mensuales de 100 o 200 dólares, mientras que en Estados Unidos suelen ganar esa misma cantidad… pero por día. Ellos viven mucho mejor, tienen acceso a todo tipo de bienes y a créditos generosos para obtener vivienda y dependen, en la práctica, muy poco del sistema estatal de seguridad social allí vigente. Su elevado nivel de vida no es producto de una legislación generosa o de una intervención constante del gobierno sino de una economía en expansión, con grandes inversiones, moderna tecnología y muy alta productividad.

No es el caso de lo que ocurre en América Latina, que por lo general crece muy lentamente y con frecuencia vive en condiciones de crisis. Los amplios derechos que la ley concede a los trabajadores no son capaces de producir el bienestar social porque éste no depende de decretos, leyes o regulaciones, sino de la productividad y fortaleza de la economía. Y, para colmo, ocurre otro fenómeno que conocemos muy bien los latinoamericanos: las leyes laborales, de hecho, sólo protegen a algunos. (continua...)

Carlos Sabino -

En América Latina, los derechos del trabajador son sacrosantos. Tribunales especiales fallan casi siempre a su favor, pues se los considera la parte más débil en toda disputa, y la legislación vigente asegura que ningún cambio pueda hacerse para disminuir las prerrogativas de las que gozan. Por eso es que –en casi todas partes– se fijan por decreto salarios mínimos, hay jugosas indemnizaciones por despido, protección amplia a la maternidad, vacaciones, bonos y aguinaldos, sistemas de salud obligatorios, pensiones a edades tempranas y condiciones de trabajo definidas en detalle por la ley. Cualquiera podría pensar que, con toda esta protección, nuestros trabajadores gozan de un nivel de vida estable y que disfrutan de una cierta prosperidad.

En los Estados Unidos, por otra parte, las leyes son mucho menos favorables para el trabajador. No se los considera, por lo general, como un sector aparte que deba ser especialmente protegido y, por lo tanto, su vida laboral resulta bastante insegura: no hay indemnizaciones por despido y los contratos laborales se terminan sin más cuando una de las dos partes así lo desea, los bonos especiales son decisión de cada empresa y las vacaciones, casi siempre, son relativamente cortas. Se trabaja duro, como dicen todos los que allí viven, y el estar o no ocupado depende más de la situación económica general que de alguna garantía legal que obligue a la inamovilidad. Con todo esto, podría imaginarse, sus condiciones de vida serían difíciles e inestables, y los sueldos cercanos al nivel de supervivencia.

Jose A. Sentis -

No os preocupeis que ahora esta Zapatero en Sudamerica y os hará ricos a todos, ja ja ja. Estais arreglados si confiais en Zapatero (PSOE-PRISA), os llevará a la ruina total, como ya está haciendo en España e hicieron anteriormente.

wilson -

Porque los dirigentes son como culebras venenosas, entre ellos no se pican, pero a los ciudadanos nos envenenan.