Blogia
ametralladora

La necesaria temporalidad del franquismo.

La necesaria temporalidad del franquismo.
Cuando, el primero de abril de 1939, terminó la Guerra Civil, pocos imaginaban que lo que comenzaba en ese mismo instante era un régimen personalista que iba a durar casi cuarenta años.

Mirado ahora, en retrospectiva, se nos antoja que los fundadores del franquismo contaban con una cuidada hoja de ruta desde el primer momento; es decir, que Franco y sus generales tenían clarísimo qué iban a hacer con el poder recién conquistado y qué tipo de Estado iban a erigir sobre las cenizas de la República y la Monarquía alfonsina.    

Nada de eso. El franquismo se construyó lenta e improvisadamente, y a veces sobre sus propias ruinas. El régimen, dirigido por una sola persona, bastante más astuta que inteligente, dio volantazos, se adaptó a los tiempos y adquirió mil caras. Así, ante la gente de orden, misa diaria y convicciones conservadoras se presentó como una suerte de segunda parte de la Restauración, con ciertas licencias a tono con la época; ante los falangistas, como el ejecutor de la revolución nacional-sindicalista anunciada por el fundador de Falange y su socio, Ledesma Ramos; ante la Iglesia, como una bendición caída del cielo para salvar la civilización cristiana...

Para Occidente, el franquismo representaba la estabilidad, factor especialmente importante tras la derrota de la Alemania nazi y el inicio de la Guerra Fría. España era vista como un país exótico, aislado y empobrecido, con un Tirano Banderas al frente del que los gobernantes de los demás países podían fiarse. Para los que habían padecido la guerra en sus propias carnes y no simpatizaban con los vencedores, el franquismo no ofrecía libertad, pero sí tranquilidad y una cartilla de racionamiento. Eso, tal y como estaban las cosas, ya era mucho.

El franquismo sobrevivió a todo menos a su fundador. Se trataba de un proyecto personal atado a unas circunstancias históricas muy concretas, las de los años cuarenta. Con sólo cambiar una fecha o un acontecimiento, todo se hubiese venido abajo. Luego, y esto fue mérito de Franco, vino la consolidación y la institucionalización de un régimen cuya forma final no tenía clara ni su propio fundador.

Así, los Principios Fundamentales del Movimiento no entraron en vigor hasta 1958, cuando ya habían pasado dos decenios del final de la guerra. La Ley Orgánica del Estado, que es la que dio forma definitiva al régimen, no fue promulgada hasta 1967, cuando Franco encaraba la recta final de su vida. Estaría en vigor sólo diez años, y los Principios Fundamentales veinte: una nadería, en comparación con la Constitución de 1876 o la actual, que lleva ahí 32 años sin que apenas haya experimentado cambios ni parezca que vaya a ser reformada sustancialmente en el futuro inmediato.

El franquismo fue, por lo tanto, un régimen temporal y en continua transformación. Su primera ley fundamental –el Fuero del Trabajo–, promulgada en 1938, era una copia de la Carta del Lavoro mussoliniana (1927). La última, la Ley de Reforma Política, ratificada en referéndum en 1976, abrió la puerta a una democracia parlamentaria de corte liberal. Curiosamente, la una y la otra se concibieron desde el respeto a la legalidad de lo que entonces se llamaba "el 18 de Julio". Pocas dictaduras han sido tan extrañas en lo institucional como la de Franco; quizá por eso es tan complicado homogeneizar su régimen.

Los que vivieron el franquismo de principio a fin saben que la España de 1939 poco tenía que ver con la de 1975. Y no ya en renta per cápita, también en cuestión de libertades. Ese fue el secreto de su éxito, y la razón por la que el dictador murió en la cama de un hospital madrileño y no en el exilio o frente a un paredón de fusilamiento. Franco jamás tuvo una ideología política definida. Era un simple provinciano monárquico, católico, gente de orden, es decir, el arquetipo del conservador canovista. Había aprendido a desconfiar de la democracia representativa tras la experiencia republicana y, sobre todo, le encantaba mandar.

Si hubiese recreado la Restauración, devolviéndole el trono a Alfonso XIII –aún con vida en 1939–, y reactivado el viejo sistema de turnismo, se habría tenido que volver al cuartel. A eso no estaba dispuesto. Además, durante la guerra unos y otros le habían persuadido de que se trataba de alguien providencial, enviado por el Altísimo para cumplir una misión histórica. Se lo creyó todo, pero no sabía muy bien cómo llevar a cabo semejante empresa, de ahí que diese tantos bandazos.

Tan franquista fue la espantosa década de los cuarenta, consagrada al desquite y a los experimentos fascistoides, como la de los 70, en la que España era ya prácticamente un país occidental como cualquier otro. Por eso la Transición fue tan suave, no se produjeron enfrentamientos civiles a gran escala –como se temía– y no hubo que lamentar más muertes que las ocasionadas por los terroristas de ultraizquierda y ultraderecha. Muerto Franco, no tenía sentido seguir interpretando una partitura en la que cada nota venía dictada por los caprichos políticos –generalmente cambiantes– del dictador.

El franquismo, régimen temporal y excepcional por su momento histórico, duró lo que tenía que durar. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

29 comentarios

observador -

El ex ministro José Utrera Molina escribió en sus memorias, Sin cambiar de bandera, que el príncipe había arrancado a Carrero la promesa de dimitir con apelaciones a su lealtad:

Cuando escuché de labios de la duquesa de Franco esta referencia que Carrero, al parecer arrepentido, le dio, me quedé consternado. Meses después de su toma de posesión, el almirante tuvo una audiencia con el entonces Príncipe de España, quien le pidió que, si se producía el fallecimiento de Franco, esperaba de su lealtad la presentación de su renuncia. Carrero accedió. Lo que Franco consideró atado y bien atado, de hecho quedó roto.

Jose Miguel -

Carrero era un político inmovilista, que no estaba hecho para volar solo ni para adoptar decisiones trascendentales y que carecía de visión de futuro, pero Carrero era, ante todo y sobre todo, un militar, incapaz de oponerse a la orden de un superior. Jamás Carrero se hubiese permitido a sí mismo desatender no ya una orden, sino una mera indicación o sugerencia del jefe de las Fuerzas Armadas. De manera que soy de la opinión de que Carrero hubiese dimitido como presidente del Gobierno tan pronto el Rey se lo hubiese solicitado, sin oponer la menor resistencia y sin protesta alguna, con lo que hubiera quedado expedito y completamente libre para el Rey el camino de la reforma y de la democracia.

Jesus Asensi -

Uno de los mitos de la transición dice que el asesinato del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco (y de dos policías) hizo saltar el candado que ataba las cadenas del régimen franquista. Sin embargo, el magnicidio resultó inútil: Carrero se había comprometido con el príncipe Juan Carlos a dimitir cuando éste se lo pidiese.

Sanchez D. P. -

Pero el canje: permanencia en el cargo a cambio de lealtad en la lucha contra el comunismo, no acababa de efectuarse. Y en esas se estuvo durante años. Las fronteras se cerraron, Madrid se quedó sin embajadores y el régimen, aislado, hubo de subsistir con lo puesto. Luego pasó lo que tenía que pasar. En marzo del 46, con los cabecillas nazis aún sentados en el banquillo de Núremberg, Churchill anunció que se había corrido un telón de acero entre Trieste y Stettin. Dos años después los soviéticos bloquearon Berlín; meses más tarde Mao se apoderó de China; en junio de 1950 estalló la Guerra de Corea.

Franco, que se había portado bien durante aquel lustro, recuperó el crédito. Su beligerancia era nula. En España no se hacían desfiles con antorchas, sino procesiones del Corpus. Aquello de "Por el imperio hacia Dios" se trocó por lo de la "Reserva espiritual de Occidente". Los españoles no estaban por la revolución nacional-sindicalista, sino por agenciarse algo de jamón de contrabando y fumarse una faria en los toros. España era otra cosa, por eso Franco salvó la camisa y garantizó la pervivencia de su régimen hasta su propia ("su" de él) muerte.

Sanchez D. P. -

Estas cuatro Españas sólo se representaban a sí mismas, y Churchill lo sabía. Los americanos se fiaban de él. Roosevelt acababa de morir; su sucesor, Harry Truman, masón del Medio Oeste, antiguo dueño de una mercería, poco sabía de Europa, pero intuía que la malencarada y violenta marea roja que procedía del este del Elba no auguraba nada bueno.

Ese cálculo tan elemental fue lo que libró a Franco de una derrota segura, y a España de una devastadora segunda edición de la Guerra Civil, esta vez con portaviones, bombarderos B-29, tanques Sherman y bombas nucleares.

En El Pardo descontaban la intervención y se dispusieron a resistir. En el Desfile de la Victoria, Franco abandonó la tribuna y participó en el mismo a lomos de su caballo, desde el que saludó al respetable y a las cámaras, muchas de ellas de corresponsales extranjeros que harían llegar con celeridad la película a sus países de origen. Si hay que morir, habrá que hacerlo a pecho descubierto, como los Tercios de Flandes, debía de pensar el general; al menos eso era lo que quería mostrar. Luego, en la intimidad del despacho, poco frecuentado ya por Serrano Suñer y demás proalemanes de tiempos pasados, lo que se imponía era la mano izquierda (con perdón) y las buenas formas con el embajador de Estados Unidos. Si el régimen tenía que reinventarse, se reinventaría. Al fin y al cabo, a él eso del nazismo siempre le había parecido algo propio de paganos nórdicos, gente sin civilizar. No se le podía acusar de haber entrado en la guerra o de haber promulgado leyes antisemitas, como sí hizo el memo de Mussolini. Podía presumir, en cambio, de pedigrí anticomunista, un valioso capital en los tiempos que se avecinaban.

Sanchez D. P. -

Stalin, por su parte, albergaba cierta esperanza de poder desquitarse, aunque fuese moralmente, de la derrota del 39. De un modo un tanto curioso. Antes del Desembarco de Normandía existió un plan aliado para asaltar desde España la fortaleza nazi en el continente. Stalin se opuso porque nuestro país quedaba muy lejos del frente oriental y porque atravesarlo no sería fácil. El georgiano sabía por experiencia propia que España era un hueso duro de roer: extensa, montañosa y habitada por indómitos requetés de boina y crucifijo, Santiago y cierra España que, después de comulgar, se echaban al monte como fieras poseídas por el espíritu de San Ignacio de Loyola. Los romanos, los moros y Napoleón ya habían probado la amarga medicina hispana, y no era plan que el frente occidental se atascase en alguna serranía ibérica.

Luego, en Potsdam, Stalin se replanteó el asunto y propuso invadir España con las tropas aliadas estacionadas en Francia, reforzadas con exiliados republicanos. Churchill se opuso. Por las mismas razones militares que Stalin un año antes, y porque lo que la URSS perseguía era colocar un peón en el extremo sudoeste de Europa. Si Moscú se hacía con la España de Franco –y después con el Portugal de Salazar–, Inglaterra, Francia e Italia se verían emparedadas por el recrecido imperio soviético. Además, en la práctica no había un recambio para Franco. En el extranjero convivían, como mínimo, cuatro Españas: la del Gobierno republicano en el exilio, radicado en México; la de los combatientes republicanos en la Guerra Mundial, afincados en París; la de los republicanos comunistas, acogidos a sagrado en Moscú, y la de Juan de Borbón, que por entonces paraba en Lausana junto a la reina Victoria Eugenia.

Sanchez D. P. -

Y así fue. Desde el desastre de Stalingrado, los alemanes se batieron en retirada en todos los frentes. Les quedó cuerda, eso sí, para aguantar dos años y medio más. Franco fue desandando el camino con parsimonia. En octubre repatrió a la División Azul. Al año siguiente restringió las exportaciones de wolframio a Alemania y explusó a sus espías del Protectorado. En 1945 abandonó silenciosamente Tánger, tal y como le pidieron los aliados, promulgó el Fuero de los Españoles y limpió el Consejo de Ministros de inoportunos y ya amortizados camisas azules, para sustituirlos por monárquicos y católicos profesionales, que de estos últimos en el franquismo hubo muchos.

El saludo fascista obligatorio se suprimió en septiembre del 45. Para entonces la guerrera falangista del Generalísimo llevaba tiempo apolillándose en algún armario del Palacio de El Pardo. En sólo tres años había pasado de apoyar sin reservas a las potencias del Eje a tratar de congraciarse con británicos y norteamericanos, a los que estaba dispuesto a perdonarles hasta que se entendiesen con los bolcheviques.

Sanchez D. P. -

En sus casi cuarenta años de gobierno, Franco sólo temió perder el poder en una ocasión: en la primavera de 1945, cuando sus dos principales aliados, Hitler y Mussolini, se fueron al otro barrio y los vencedores, entre los que se encontraban algunos republicanos españoles, se paseaban orgullosos por Europa, limpiándola de simbología fascista.

Ni antes, con el maquis y el semibloqueo comercial que impuso la flota británica durante la guerra, ni después, con el cierre en banda de las democracias occidentales y el descrédito en Europa, Franco vio peligrar seriamente su dictadura. Las amenazas internas fueron siempre aisladas, de poca envergadura y castigadas con severidad (en algunos casos desproporcionada). Las externas se manejaron con discreción y, a excepción de la emanada de la Conferencia de Potsdam, no llegaron a representar un peligro mayor.

Franco, que era muy cuco, había visto venir la derrota del Eje desde, por lo menos, el invierno del 43, cuando se rindió el VI Ejército alemán en Stalingrado y los aliados ocupaban a placer el norte de África. Como, a fin de cuentas, era militar y no un fanático ideológico de la Falange, supo ver que todo era cuestión de tiempo. El jaque ruso en las estepas y la incontenible potencia militar norteamericana habían decidido el destino de la contienda. Alemania podría resistir algún tiempo, pero la guerra ya estaba perdida, y con ella Hitler y su nacionalsocialismo.

Pablo M. -

Testamento de Franco.

Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo.

Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido. No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria."

Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte, "¡Arriba España! ¡Viva España!"

vasco, es que esto continua..... -

Así se ha cumplido todo un ciclo histórico: la democracia salida de la Transición ha llegado a su fin, en medio de una profunda crisis política y económica. Quizá la salida más razonable fuera una reforma de la Constitución que eliminase sus muchos rasgos problemáticos para reafirmar, entre otras cosas, las libertades públicas, la división de poderes y unas autonomías restringidas, no opuestas a la unidad nacional. Re­cuérdese que Felipe González subió al Gobierno sobre una ola de espe­ranza popular en la corrección de los desaguisados de Suárez, y que, tras la decepción correspondiente, Aznar llegó, a su vez, con la expectativa de una regeneración democrática en profundidad, que no se produjo, o sólo a medias. Salvo el período de Aznar, puede decirse que la evolución de la derecha ha sido la claudicante inaugurada por Suárez, emulada lue­go por Fraga y por fin, y salvo el período de Aznar, impuesta de lleno por Rajoy. Existe un descontento extendido, pero falto de cauce, cegado por unos partidos que de un modo u otro se benefician de la situación. Qui­zá surjan nuevos partidos, o la ciudadanía cree nuevos cauces, o presione sobre los existentes para forzarles a rectificar. Hoy por hoy el vaticinio es imposible.

Se ha extendido entre la gente la idea de que uno de los mayores problemas para España es la baja calidad de sus políticos. A ellos suele gustarles invocar el tópico de "mirar al futuro y olvidar el pasado", re­velador de su inconsistencia y no muy fino caletre. Mirando al pasado pueden aprenderse lecciones muy provechosas; el futuro no puede verse ni enseñar nada. Mirar al futuro sin analizar el pasado constituye el camino más seguro hacia el desastre.

vasco, es que esto continua..... -

Sobre el ejército, otro mito corriente le achaca una tutela conmina­toria sobre la Transición. Idea contradictoria porque, como el resultado fue un régimen de libertades, el ejército habría sido al mismo tiempo adverso y favorable a él. La cúpula militar había vivido la guerra y cono­cido el Frente Popular, por lo que prefería la continuidad del franquis­mo, actitud compartida en grado algo menor por la oficialidad joven. Pero unos y otros carecían de vocación intervencionista en política, y aceptaron la reforma, siempre que la violencia terrorista y los ataques a la unidad nacional no se hicieran demasiado amenazantes. Lo cierto es que el desorden y la incertidumbre llegaron bajo Suárez a niveles tan altos que causaron máxima alarma no sólo a los militares sino a gran parte de los políticos y de la población, hasta desembocar en el revelador episodio del 23-F. Por otra parte, de haber estado el ejército dividido como en 1936, habría sido más fácil que se impusiera –con mayor trauma– el rupturismo, que, hoy está claro, no era en absoluto democrático. Pero las fuerzas armadas permanecieron esencialmente unidas, y ese mero hecho disuadió a muchos políticos de aventuras azarosas.

vasco, es que esto continua..... -

La oposición rupturista constituyó, también contra cierta leyenda, un riesgo para la Transición mucho mayor que el búnker, al que alimentó con sus radicalismos. Dicha oposición puede dividirse entre la que prac­ticaba el terrorismo y la que no lo hacía, y en ninguno de los dos casos era democrática. La identificación entre antifranquismo y democratismo es uno de los mitos causantes de mayor confusión. El totalitarismo de la ETA o el Grapo no precisa aclaración, pero poco se entenderá olvidando que el otro sector rupturista, agrupado en torno al PCE y el PSOE, era adepto a ideologías profundamente antidemocráticas, a las que sólo re­nunció, muy a medias, porque, tal como observó Fernández Miranda, esos partidos sólo aceptarían la democratización si se sentían débiles. No debe perderse de vista que las ideologías totalitarias –la estaliniana y la nacionalsocialista, por ejemplo– han estado siempre dispuestas a utilizar las ventajas de la democracia liberal como instrumento para des­truirla, según hizo el PSOE durante la república, debido a su marxismo.

Mar Blanco -

La paradoja de una democracia procedente de una dictadura se resuelve fácilmente. Con la muerte de Franco, su régimen podía con­siderarse agotado y la mayor parte de su clase política así lo entendió, considerándolo una respuesta extraordinaria, y por tanto transitoria, a una crisis histórica extraordinaria. Al contrario de la leyenda corriente, se trató de una dictadura no totalitaria sino autoritaria, evolutiva, con bastante libertad personal, un estado relativamente pequeño y economía básicamente de mercado. Por eso las transiciones en otros países han sido más fáciles allí donde la dictadura se parecía a la franquista, y más difíciles donde tenía más elementos de totalitarismo.

Lorenzo Ramirez -

Franco venció a estos rojos destructores y su victoria fue el primer paso para la reconstrucción de España y reconciliar a los españoles. Muerto Franco las izquierdas han vuelto a destruir todo y a apropiarse de todo lo que han podido.

¿Pero qué tendrá Franco que hasta desde su sepultura le temen?

Por eso las cainitas y rencorosas izquierdas impiden el acceso a ella en un intento deseperado de hacerla desaparecer: después de haber destruido España temen que Franco la vuelva a reconstruir desde su tumba. Pero España se reconstruirá a partir del espíritu que él nos legó. Que tengan esa certeza el ZP y los suyos.

Teresa -

Ojala todas las dictaduras fueran como las de Franco. Levanto un pais (llamado España), despues de una guerra, con mucha austeridad ¿que hace Zapatero? Por el hubo seguridad social y pensiones ¿que es lo que esta haciendo Zapatero? Gracias a Franco España tiene pantanos, sino ahora estariamos muertos de sed, Creo una clase media, Zapatero esta creando pobreza. Franco fue mucho mas justo que este gobierno que tenemos, el unico gran problema que tenia Franco, esque no soportaba a los socialistas, ni comunistas, etc….etc… Dejemos a los muertos en paz. Creo que Franco, Primo de Ribera y otros politicos los juzgara la historia, muy a pesar de Zapatero.

Zapatero miserable -

La propaganda de los rojos (mintiendo, destruyendo, etc…) es absolutamente imbécil.

Lo único que están consiguiendo es que los tenemos la “cabeza” para pensar nos documentemos cada vez mas de los logros de Franco .
Le echo cojone_ al sublevarse viendo como estaba España siendo unsimple militar.
Pantanos –cientos ( en la democracia creo que no llegan a diez)
Seguridad social
Pagas extras
Viviendas Protegidas, etc…
Tengo que admitirlo, cuanto mas conozco a Franco, soy mas franquista.

Fernando Batalla F. -

Quiero dar las gracias a Franco.

Gracias, Francisco Franco, porque ganaste la primera batalla de la guerra civil en Octubre de 1934 en defensa de la República y por orden de la misma, dictando tu estrategia por teléfono, y gracias porque ganaste la última batalla el 1 de abril de 1939.

Gracias porque te mereciste la máxima condecoración de la Iglesia, la de la Orden de Cristo y por tu limpia espada que entregaste a la Iglesia en Santa Bárbara de Madrid en acción de gracias.

Gracias porque eres el único que ha vencido al comunismo con todas las consecuencias, hasta que Juan Pablo II intervino empujando el muro de la vergüenza.

Gracias porque devolviste a la Iglesia con creces todos los bienes y medios del expolio producido por el Frente Popular, y nos trajiste la libertad a cuantos estábamos, en zona roja sometidos a esclavitud, algunos escondidos hasta debajo de tierra.


Gracias porque derogaste todas las leyes anticristianas de la República y promulgaste leyes cristianas y levantaste desde sus cimientos todos los templos destruidos, sólo en Asturias más de seiscientos.

Gracias porque nos diste cuarenta años de paz con prosperidad de novena potencia, siendo, en virtud de la confesionalidad del Estado, el mayor benefactor de la Iglesia en todos los órdenes, desde los tiempos de los Reyes Católicos.

Gracias porque el Sindicato Vertical en cuarenta años no consentía que ningún obrero fuese puesto de patitas en la calle a gusto del empresario, mientras, ahora, los sindicatos de clase son los primeros en constatar los miles de puestos de trabajo que se han perdido, por ejemplo, en Asturias.

Gracias porque convertiste en propietarios a todos los proletarios, enmudeciendo el griterío comunista, y porque hiciste una clase media tan fuerte, que ha sido el único fundamento de una posible transición, de la que presumen cuantos creen que han puesto una pica en Flandes.

Gracias porque supiste morir como cualquier español en una cama de la Seguridad Social creada por ti, y porque supiste morir dentro de la Iglesia a pesar de tanta traición de una “iglesia” de la que siento la satisfacción de no haberme fiado nunca.

Gracias por tu testamento que, hasta ahora, ha sido respetado en sus puntos capitales, un testamento que impactó al Papa Pablo VI, exclamando demasiado tarde: "me he equivocado; no sabía que este hombre era así”.

Gracias porque el día que fui engañado a embarcar en Santander en aquel barco que iba a Rusia, tus aviones sobrevolaron la ciudad y metido en un refugio todo el día me libré de ir al paraíso soviético lejos de mi madre, cayendo en los brazos de la madrastra Dolores Ibárruri.

Gracias sobre todo porque me diste la mayor alegría, cuando tus tropas conquistaron el pueblo de Comillas, en cuya aldea de Trasvía me encontraba, mientras los jerifaltes rojos huyeron como alma que lleva el diablo en una avioneta escondida en las dunas de la playa de Oyambre.

Gracias porque el título de VICTOR que te mereciste, es una página de la historia que no se puede arrancar tan fácilmente como tu estatua ecuestre, por unos enemigos que han salido a tornar el sol de la revancha, resbalándose sobre su baba de odio como los caracoles al sol después de la lluvia.

Gracias porque los rojos no mataron más de 6.838 sacerdotes en la persecución religiosa más sañuda de todos los tiempos, que si no es por ti, no queda ni uno, ni siquiera los capellanes de los gudaris, como aseguró Belarmino Tomás visitando el cerco de Oviedo, ante el sacristán de La Felguera, condenando allí a trabajos forzados y fusilado al día siguiente.

Gracias por la religiosidad popular de la postguerra, de cuyas rentas ha gozado Juan Pablo II ante 700.000 jóvenes en Cuatrovientos en su última visita a España.

Gracias porque hiciste la España una, grande y libre. Una, la que ahora pretenden romper a expensas del separatismo sin fundamento histórico unido otra vez al Frente Popular. Grande, la que ahora se hace raquítica poniéndose de rodillas ante el rey de Marruecos, ante Fidel Castro en comparsa con Chaves y ante la vecina Francia que siempre nos miró de reojo. Y libre, ahora esclava del libertinaje y de la mentira podrida que sonríe encaramada en el poder, sobre 192 cadáveres; mentira celebrada cuando se llevan tu estatua ecuestre con nocturnidad y alevosía como obsequio al genocida Carrillo en su 90 cumpleaños, con 6.500 crímenes a su espaldas que sepamos.

C. L. -

Enrique Barco Teruel dijo, no sólo la realidad de los muchos talentos intelectuales que permanecieron en España, al terminar la guerra civil, sino también, el desencanto de la mayoría de los considerados de izquierdas (exiliados) ante los excesos marxistas del gobierno de la República. De su artículo «Hace cuarenta años: la diáspora», publicado en Diario de Barcelona en noviembre de 1979, merece la pena recordar estos párrafos:

Si nos ceñimos a la parte más vistosa, sobre todo más sonora, del doloroso fenómeno del Destierro, que la constituyen desde luego los intelectuales, diremos que es ciertísimo que se expatriaron o extrañaron hombres de alta calificación; y que en América, principalmente en México, realizaron una labor cultural fuera de serie. Pero no es exacto que emigrase toda la intelectualidad, dividida políticamente como lo estaba, aunque en ella predominase claramente la izquierda. y lo que se omite siempre, al hablar de la huida en masa de los intelectuales españoles, no obstante ser más que notorio, es que la primera emigración de hombres de cultura de aquí no se produce ante el avance de las tropas de Franco, sino a la vista de ; los excesos y orientación revolucionaria de la zona mal denominada republicana. En 1936, no en 1939, huyen de territorio gubernamental, ((rojo» o como quiera llamársele, las más destacadas figuras de la intelectualidad liberal: Ortega,. Salvador de Madariaga, Azorín, Menéndez Pidal, Marañón... Arquetípico, y de ahí la indignación que a don Manuel Azaña le producía, es el caso de Sánchez-Albornoz, liberal de izquierdas muy afecto al presidente de la República y a su partido. Fuera de la España republicana estaban también Pío Baraja y Pérez de Ayala.

No me importan ahora los que regresaron -y pronto- o los que -como Sánchez-Albornoz- no quisieron regresar. Lo que procedía recordar era eso, que si bien ninguno de ellos era franquista ni podía serlo, aunque Sánchez-Albornoz ha dicho bien claramente que el franquismo ha sido un mal menor al lado de lo que hubiera supuesto para España la victoria «(republicana», muchos de los hombres más calificados, más significados de la «intelligentsia» española, se desvincularon doloridamente de la República de sus amores ante el caos frentepopulista, y lo que fue y prometía en caso de victoria la llamada «zona democrática»: la anarquía o la bolchevización.

Ramon F. -

No era un dogmático, ni siquiera un doctrinario, sino un hombre de principios éticos y patrióticos que se plegaba a la realidad como el soldado al terreno. Rectificaba cuando se equivocaba, se adaptaba con mesura a las cambiantes circunstancias y evolucionaba; pero siempre sin caer en el oportunismo, sin abdicar de sus creencias esenciales, la principal el catolicismo. Debo dar mi testimonio de que siempre le vi comportarse como un católico ejemplar.

Ramon F. -

El valor de Franco era sostenido, sobrio y racional, como una pilastra. La suya era una valentía cotidiana y sin altibajos, un hábito. Desconocía la depresión y el miedo. De su constante valentía no cabía esperar ni una minúscula quiebra. Se atrincheraba ante la agresión, y se crecía en la adversidad. Heroísmo sí, aventura no.

Ramon F. -

La mente de Franco era analítica. Prefería el documento a la palabra. Desmenuzaba los informes, sopesaba los pros y los contras, solicitaba opiniones diversas. Perseguía el dato exacto y el consejo autorizado, no el tropo brillante o la media verdad lisonjera. Por eso no se fiaba de las primeras reacciones, y era tan paciente como lento en resolver.

Ramon F. -

Franco, por su comportamiento y por su psicología, estaba en las antípodas del dictador. Modestia en lugar de arrogancia, oyente antes que magistral, enemigo de la teatralidad, parco en el ejercicio de sus inmensos poderes, autocrítico y prudentísimo a la hora de decidir. Como hombre de Estado no se le puede situar en la línea de Bonaparte, sino en la de Felipe II. Era la contrafigura del déspota. Su vera efigie no se parece nada al retrato que divulgan sus adversarios.

Fernando Batalla F. -

Para los historiadores serios, el Generalísimo Franco fue un personaje con gran claridad de ideas, el único hombre capaz de agrupar personas, aunar esfuerzos tantos años después de finalizada la contienda. Un hombre que estimaba en un cien por cien el principio de autoridad, y que acusó a los Gobiernos republicanos de menospreciar y olvidar este principio.

El gran intelectual español, Gonzalo Fernández de la Mora y Mon, desgraciadamente desaparecido, en su magnífico libro Río arriba, hace un interesantísimo estudio de la personalidad de Franco, al que conoció y trató durante cuatro años, despachando con él medio centenar de veces, además de los Consejos de Ministros presididos por el Generalísimo y recorriendo a su lado, en tren y en automóvil, muchos cientos de kilómetros, incluso jornadas enteras. Entresacamos algunas de sus opiniones sobre la forma de ser del Caudillo.

[…] Por su comportamiento y por su psicología, estaba en las antípodas del dictador. Modestia en lugar de arrogancia, oyente antes que magistral, enemigo de la teatralidad, parco en el ejercicio de sus inmensos poderes, autocrítico y prudentísimo a la hora de decidir. Como hombre de Estado no se le puede situar en la línea de Bonaparte, sino en la de Felipe II. Era la contrafigura del déspota. Su vera efigie no se parece nada al retrato que divulgan sus adversarios.

[…] La mente de Franco era analítica. Prefería el documento a la palabra. Desmenuzaba los informes, sopesaba los pros y los contras, solicitaba opiniones diversas. Perseguía el dato exacto y el consejo autorizado, no el tropo brillante o la media verdad lisonjera. Por eso no se fiaba de las primeras reacciones, y era tan paciente como lento en resolver.

[…] El valor de Franco era sostenido, sobrio y racional, como una pilastra. La suya era una valentía cotidiana y sin altibajos, un hábito. Desconocía la depresión y el miedo. De su constante valentía no cabía esperar ni una minúscula quiebra. Se atrincheraba ante la agresión, y se crecía en la adversidad. Heroísmo sí, aventura no.

[…] No era un dogmático, ni siquiera un doctrinario, sino un hombre de principios éticos y patrióticos que se plegaba a la realidad como el soldado al terreno. Rectificaba cuando se equivocaba, se adaptaba con mesura a las cambiantes circunstancias y evolucionaba; pero siempre sin caer en el oportunismo, sin abdicar de sus creencias esenciales, la principal el catolicismo. Debo dar mi testimonio de que siempre le vi comportarse como un católico ejemplar.

Alfonso -

Nosotros un 20N más, recordamos sin ningún tipo de complejos y miedos al Generalísimo Francisco Franco, anterior Jefe del Estado Español: nos liberó del terror comunista, instauró el orden y la paz, evitó que entráramos en la II Guerra Mundial, nos sacó de la miseria y de los piojos, creó puestos de trabajo, industrializó y modernizó España, viviendas dignas, educación y sanidad para todos, seguridad, ... Esta es la verdad que "algunos" intentan ocultar.

sandalio -

Éramos pocos los que combatíamos al franquismo. Pero ahora los antifranquistas se han multiplicado. Es grotesco. Ese antifranquismo barato encubre el ataque a la democracia y a la unidad de España.

victorino -

Lorenzo Gomez B.. Pues estamos jugando al TETE es decir nosotros nos agachamos y el nos la mete, y todo en aras de una falsa democracia, porque esto que tenemos es mas falso que Judas, la democracia es un parto con dolor y el pueblo español no lo ha tenido, nos la regalaron y nosotros no tuvimos la ocasión de participar en ese parto, y es por eso por lo que nos encontramos donde nos encontramos, todo fue un pasteleo de "buenismos", un "totum revolutum", nacionalistas independentistas se pusieron al mismo nivel que los partidos nacionales, todo se aceptó y Su Majestad lo supervisó y firmó, consecuencia que votamos a desconocidos corruptos, que de lo único que se preocupan es de medrar sin mas intereses que el personal. Total o que aquí se le da un palo a la manta para que los chiches salgan,- y para eso está la Rebelión Cívica, que no es otra que la voz de los ciudadanos, libremente expresada, y un volverle la espalda a esos partidos medradores- o iremos hacia un estado donde la corrupción será el referente.

Lorenzo Gomez B. -

Treinta y cinco años después, ¿a qué coño estamos jugando en España? El Gobierno que nos ha arruinado no tiene mejor ocurrencia (las “ocurrencias” de Zapatero que denuncia hasta Peces Barba) de cerrar una basílica al culto e impedir que los fieles oigan misa dentro. Claro está que esta barrabasada no es lo mismo que el incendio de las iglesias apenas proclamada la II República, pero ¿quién es este estúpido que, para tapar sus vergüenzas, está irritando a mucho más que medio país? Los documentos de valor incalculable que hoy publicamos en exclusiva nos devuelven al inicio de una época de reconciliación, incompatible con venganzas y enfrentamientos como los que ahora mismo estamos ya padeciendo. Es de higiene pública terminar democráticamente, no hay otra forma, con el fautor de este descomunal desastre.

Lorenzo Gomez B. -

Han pasado treinta y cinco años y, curiosamente, los que quieren resucitar a Franco son los que dicen aborrecerle. Curiosamente, también la derecha política, mediática y social de España está callada como un difunto. Tolera que se le agravie llamándola fascista y se ve en la obligación de emplear latiguillos tópicos para demostrar su escaso aprecio al franquismo. Esa pertinaz cantinela del “Yo, que nunca fui franquista”, ¿a qué viene ahora? En 1936 ni la República era democrática ni el franquismo tampoco, y ya está, esto es lo que hay.

La desgraciada gobernación de Zapatero y su deplorable Ley de Memoria Histórica –ahora parece que arrumbada por un Gobierno en el que ya no está, ¡Dios sea loado!, la persecutora contumaz de periodistas Fernández de la Vega– nos han retrotraído a una de las etapas más infelices de toda nuestra biografía como país. Zapatero ha despertado a los muertos y los muertos, como réplica paradójica, como un retruécano cruel, nos están intentando degollar. El estúpido y descortés comportamiento del presidente del Gobierno con el Papa de Roma no lo mejoraría en su tiempo ni el más perverso comecuras de León. La revancha de los “buenos” (Zapatero y sus epígonos) contra los “malos” (todo sujeto que se atreva a pensar de distinta forma) ha rescatado no ya el enfrentamiento entre dos bandos sino cosa incluso peor: el abigarramiento en sus reductos de los individuos menos listos de cada facción en maniobras peligrosísimas que no auguran un buen entendimiento general. En su discurso ante las Cortes Generales del 22 de noviembre de 1975, cuyo original reproducimos excepcionalmente, el ya Rey termina diciendo esto: “Si todos permanecemos unidos, habremos ganado el futuro”. O sea, exactamente lo contrario a lo que estamos haciendo.

Demetrio G. -

Menos mal que ganó Franco la guerra. Nada mas hay que ver lo que estan haciendo ahora en España, para imaginarse lo que hubieran hecho ellos (PSOE) y los comunistas si hubiesen ganado la guerra. No solo hubiese sido un desastre para España, sino para toda Europa.