La venganza de Elena Salgado Monterone
La venganza de Elena Salgado Monterone
A la ministra española de Sanidad, Eleva Salgado, le llaman Monterone, el vengativo maldecidor de la celebérrima ópera de Rigoletto. Y esto porque doña Elena no perdona que los populares, al llegar al poder en 1996, le cesaran como gerente del Teatro Real, uno de los cargos más sabrosos del mundillo cultural. Entonces, no sólo se fue a los tribunales (cosa un poquito absurda tratándose de un cargo político), sino que amenazó con vengarse. Y, desde luego, lo está cumpliendo.
La cosa comenzó con la dimisión de la gerente colocada por el Gobierno Aznar, Inés Argüelles. Para ello, Salgado utilizó a su compañera la ministra de Cultura, Carmen Calvo, quien simplemente declaró no tener confianza en Argüelles, pero sin cesarla ni nombrar sucesora. Es la típica técnica del mobbing o acoso laboral. Finalmente, poco antes del verano, Argüelles presentaba su dimisión.
Le sustituía un socialista de pro, el banquero Miguel Muñiz, ex presidente del Instituto de Crédito Oficial (ICO) y consejero de Caja Madrid. Un banquero no tiene por qué entender mucho de ópera, pero Muñiz está casado con la pianista Rosa Torres Pardo y dos que comparten un mismo colchón se vuelven de la misma condición. Pero las ansias vindicativas de Salgado Monterone no terminaban ahí. Salgado no deja de presionar a Muñiz y a su colega Carmen Calvo para que cesen también al director artístico del Teatro Real, Emilio Sagi, y sea sustituido por el mismo director artístico que ella tuvo en su momento, Stéphane Lisser, actual director del festival Aix-en-Provence. La verdad es que el contrato de Sagi debe ser modificado por cuanto le permite estar fuera del Teatro seis meses al año, pero ésta no es la verdadera razón que mueve a Miguel Muñiz; lo que le mueve es la insistencia de su correligionaria Salgado.
Como si se tratara de una empresa privatizada, los socialistas han planteado un ataque en toda regla al corazón del Teatro Real: El patronato. Allí han colocado a Gregorio Marañón (hombre de Prisa y todo un liberal-socialista, que vaya usted a saber qué es eso), a la ex ministra Carmen Alborch, al ex ministro Jerónimo Saavedra, al director de la Residencia de Estudiantes (otro de los centros culturales del PSOE), José García Velasco y al amigo de Elena Salgado, Arnoldo Liberman.
Y a todo esto, ¿tanto le gusta la ópera a doña Elena? Pues, la verdad es que quien le aficionó a la misma fue José Ángel Vera del Campo, crítico musical de, ¿a qué no lo adivinan?, el diario El País.
Y es que el poder económico es importante, pero el cultural no lo es menos.
A la ministra española de Sanidad, Eleva Salgado, le llaman Monterone, el vengativo maldecidor de la celebérrima ópera de Rigoletto. Y esto porque doña Elena no perdona que los populares, al llegar al poder en 1996, le cesaran como gerente del Teatro Real, uno de los cargos más sabrosos del mundillo cultural. Entonces, no sólo se fue a los tribunales (cosa un poquito absurda tratándose de un cargo político), sino que amenazó con vengarse. Y, desde luego, lo está cumpliendo.
La cosa comenzó con la dimisión de la gerente colocada por el Gobierno Aznar, Inés Argüelles. Para ello, Salgado utilizó a su compañera la ministra de Cultura, Carmen Calvo, quien simplemente declaró no tener confianza en Argüelles, pero sin cesarla ni nombrar sucesora. Es la típica técnica del mobbing o acoso laboral. Finalmente, poco antes del verano, Argüelles presentaba su dimisión.
Le sustituía un socialista de pro, el banquero Miguel Muñiz, ex presidente del Instituto de Crédito Oficial (ICO) y consejero de Caja Madrid. Un banquero no tiene por qué entender mucho de ópera, pero Muñiz está casado con la pianista Rosa Torres Pardo y dos que comparten un mismo colchón se vuelven de la misma condición. Pero las ansias vindicativas de Salgado Monterone no terminaban ahí. Salgado no deja de presionar a Muñiz y a su colega Carmen Calvo para que cesen también al director artístico del Teatro Real, Emilio Sagi, y sea sustituido por el mismo director artístico que ella tuvo en su momento, Stéphane Lisser, actual director del festival Aix-en-Provence. La verdad es que el contrato de Sagi debe ser modificado por cuanto le permite estar fuera del Teatro seis meses al año, pero ésta no es la verdadera razón que mueve a Miguel Muñiz; lo que le mueve es la insistencia de su correligionaria Salgado.
Como si se tratara de una empresa privatizada, los socialistas han planteado un ataque en toda regla al corazón del Teatro Real: El patronato. Allí han colocado a Gregorio Marañón (hombre de Prisa y todo un liberal-socialista, que vaya usted a saber qué es eso), a la ex ministra Carmen Alborch, al ex ministro Jerónimo Saavedra, al director de la Residencia de Estudiantes (otro de los centros culturales del PSOE), José García Velasco y al amigo de Elena Salgado, Arnoldo Liberman.
Y a todo esto, ¿tanto le gusta la ópera a doña Elena? Pues, la verdad es que quien le aficionó a la misma fue José Ángel Vera del Campo, crítico musical de, ¿a qué no lo adivinan?, el diario El País.
Y es que el poder económico es importante, pero el cultural no lo es menos.
5 comentarios
españolito -
Vamos ya -
Goya -
Tatantan -
Dantes -
El PSOE presiona al presidente de Telefónica para que Solchaga y Aranzadi entren en el Consejo del próximo día 24. La táctica del PSOE sigue siendo la misma que con Cortina: dado que jurídicamente no se le puede echar, se trata de acosarle para que arroje la toalla. Alierta recuerda que Telefónica es una empresa privada. El síndrome Cortina marcó la Convención de Directivos de Telefónica.
Aunque algunas alarmas ingenuas se empeñan en negarlo, lo cierto es que el Gobierno va a por todos: tras conseguir su primer éxito con la dimisión del presidente de Repsol YPF, Alfonso Cortina, el Ejecutivo Zapatero se ha fijado como objetivo a César Alierta, presidente de Telefónica. No es que se abandone el deseo de terminar con Manuel Pizarro o Francisco González, pero cada cosa a su tiempo. Se trata de acosar al objetivo hasta que alguien se canse y arroje la toalla, dado que no hay razones, ni jurídicas ni empresariales, para propiciar el cese.