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El bolchevismo contra el nazismo: 12 comparativas de dos barbaries.

El bolchevismo contra el nazismo: 12 comparativas de dos barbaries.

Martin Amis, escritor excomunista, analiza por contraste los dos grandes horrores del s.XX. ¿Por qué uno se canoniza como el mal en estado puro y el otro parece verse sólo como un error histórico? (Publicado el 17 de febrero de 2005).

En su libro Koba el Terrible, el novelista y ensayista británico Martín Amis se centraba en un punto débil del pensamiento del s.XX y aún del XXI: la tolerancia de los intelectuales occidentales ante el comunismo. 

Martin fue militante comunista, como su padre -el también novelista Kingsley Amis-, hasta que las revelaciones de Solzhenitsyn en Archipiélago Gulag  fueron innegables. Aquello no podía sostenerse más. En 1978 aún mantenía Martin un diálogo como el siguiente con un irreductible:

 

-Me hago preguntas –comenta Amis- sobre la distancia que media entre la Rusia de Stalin y la Alemania de Hitler.

-Ah, no caigas en eso, no caigas en las comparaciones morales.

-¿Por qué no?

-Lenin fue... un gran hombre.

-De eso nada.

-Hablaremos largo y tendido.

-Largo y tendido.

 

“Pero ya habíamos progresado un poco”, escribe Amis. “Ahora las discusiones eran sobre si la Rusia bolchevique había sido mejor que la Alemania nazi. Cuando apareció la Nueva Izquierda, las discusiones eran sobre si la Rusia bolchevique era mejor que Estados Unidos”.

 

Más adelante en Koba el Terrible, Martin Amis se anima  a hacer la comparación en grandes pinceladas. Y como tales las recogemos aquí. 

¿Qué diferencia hay entre el bigote pequeño (de Hitler) y el bigote grande (de Stalin), en el que deberíamos incluir el bigote mediano de Vladímir Ilich (Lenin)?

 

Cifras.

 

Aunque añadiéramos las bajas totales de la Segunda Guerra Mundial (40-50 millones) a las del Holocausto (alrededor de 6 millones) parece que el bolchevismo podría superarlas. La guerra civil, el Terror Rojo, el hambre; una Colectivización que según Conquest causó tal vez 11 millones. Solzhenitsyn calcula (“una estimación modesta”) que fueron entre 40 y 50 millones los que cumplieron condenas largas en el GULAG de 1917 a 1953 (y muchos otros después del breve deshielo de Jrushov), y luego el Gran Terror, la deportación de poblaciones de los años 40 y 50, Afganistán... Los “Veinte Millones” empiezan a parecer cuarenta.

 

Exactitud.

 

¿Hay alguna diferencia moral palpable entre los ferrocarriles y chimeneas de Polonia y el silencio antinatural y sobrecogedor que cayó poco a poco sobre las aldeas de Ucrania en 1933? Bajo Stalin “no se hizo hincapié en la aniquilación completa de ningún grupo étnico”. La diferencia radica en el empleo del adjetivo “completa”, porque Lenin emprendió campañas genocidas (la descosaquización) y lo mismo hizo Stalin. La diferencia podría estar en que el terror nazi se esforzaba por ser exacto, mientras que el terror estalinista era deliberadamente aleatorio. Todo el mundo era víctima del terror, desde el primero hasta el último; todos menos Stalin.

 

Ideología.

 

El marxismo era un producto de la clase media intelectual; el nazismo era sensacionalista, de prensa basura, de los bajos fondos. El marxismo exigía de la naturaleza humana esfuerzos sin ningún sentido práctico; el nazismo era una invitación directa a la abyección. Y sin embargo las dos ideologías funcionaron exactamente igual en sentido moral.

 

Médicos de la muerte.

 

¿Hay alguna diferencia moral entre el médico nazi (bata blanca, botas negras, bolas de Zyklon B) y el interrogador salpicado de sangre del campo de castigo de Orotukán? Los médicos nazis no sólo participaban en experimentos y “selecciones”. Inspeccionaban todas las etapas del proceso ejecutor. En realidad, el sueño nazi era en el fondo un sueño biomédico. Fue una subversión que no practicó el bolchevismo.

 

Efecto social.

 

El nazismo no destruyó la sociedad civil. El bolchevismo sí. Es una de las razones del “milagro” de la recuperación alemana y de los fracasos y la vulnerabilidad de la Rusia actual. Stalin no destruyó la sociedad civil. Lenin sí.

 

La risa.

 

La resistencia de la risa a desaparecer se ha señalado ya en el caso soviético. Parece que los Veinte Millones no tendrán nunca la dignidad fúnebre del Holocausto. Esto no es, o no sólo es, una muestra de la “asimetría de la tolerancia” (la expresión es de Ferdinand Mount). No sería así si en la naturaleza del bolchevismo no hubiera algo que lo permitiera.

 

Ciclo de vida.

Stalin, a diferencia de Hitler, hizo todo el mal que pudo, entregándose en cuerpo y alma a una empresa de muerte. El año que murió estaba preparando lo que por lo visto era otra gigantesca campaña de terror, víctima, a los 73 años, de un antisemitismo remozado y senil. Hitler, por el contrario, no hizo todo el mal que pudo. Lo peor de Hitler se alza como una larga sombra que afecta de manera implícita a nuestro concepto de los crímenes que cometió. De haber sobrevivido, el nazismo “maduro” habría sido, entre otras cosas, un desbarajuste genético a escala hemisférica (ya había planes, a principios de los años cuarenta, para depurar aún más el linaje ario). El laboratorio de Josef mengele en Auschwitz se habría ampliado hasta alcanzar las dimensiones de un continente. La psicosis  hitleriana no era “reactiva”, no respondía a los acontecimientos, sino a ritmos propios. Poseía además una tendencia fundamentalmente suicida. El nazismo fue incapaz de madurar. Doce años era quizá la duración natural de una agresividad tan sobrenatural.

 

Aplicabilidad.

 

El bolchevismo era exportable y en todas partes producía resultados casi idénticos. El nazismo no se podía reproducir. Comparados con Alemania, los demás Estados fascistas fueron simples aficionados.

 

Éxito en vida.

 

Hitler, al final de su trayectoria afrontó la derrota y el suicidio. “Cuando Stalin cumplió 70 años en 1949 –dice Martín Malia- era realmente el “padre de los pueblos” para un tercio de la humanidad; y parecía que era posible, incluso inminente, que el comunismo triunfara a nivel mundial.

 

Vergüenza de la especie.

La combinación alemana de desarrollo avanzado, alta cultura y barbarie infinita es, desde luego, muy singular. Sin embargo no podemos aislar el nazismo alegando que era exclusivamente alemán. Tampoco podemos poner en cuarentena el bolchevismo alegando que era exclusivamente ruso. La verdad es que los dos relatos abundan en noticias terribles sobre lo que es humano. Producen vergüenza y al mismo tiempo indignación. Y la vergüenza es mayor en el caso de Alemania. Por lo menos es lo que yo creo. Prestemos atención al cuerpo. Cuando leo libros sobre el Holocausto experimento algo que no me sucede cuando leo libros sobre los Veinte Millones, es como una infestación física. Es vergüenza de la especie. Y esto es lo que el Holocausto nos pide.

 

Armas especiales.

 

Pero Stalin, al dar las gruesas pinceladas de su odio, disponía de armas que Hitler no tenía.

 

Tenía el frío: el frío abrasador del Ártico. “En Oimiakón [en Kolymá] llegaron a registrarse temperaturas de –72 ºC. Incluso a temperaturas mucho más altas se resquebraja el acero, revientan los neumáticos y saltan chispas cuando el hacha golpea el tronco de los alerces. Cuando baja la temperatura el aliento se congela en cristales que tintinean en el suelo con un rumor que llaman “susurro de las estrellas”.

 

Tenía la oscuridad: el secuestro bolchevique, la crudelísima e implacable autoexclusión del planeta, con su miedo a las comparaciones, su miedo al ridículo y su miedo a la verdad.

Tenía el espacio: el inmenso imperio de once zonas horarias, las distancias que extremaban el confinamiento y el aislamiento, la estepa, el desierto, la taiga, la tundra.

 

Y lo más importante: Stalin tenía tiempo.

 

Y además...

 

Stalin fue un dirigente muy popular dentro de la URSS durante todo el cuarto de siglo que duró su gobierno. Resulta un poco humillante poner por escrito una cosa así, pero no hay forma de evitarlo. También Hitler fue un dirigente popular, pero a diferencia de Stalin, consiguió algunas victorias económicas y persiguió a minoría relativamente pequeñas (los judíos eran el 1% de la población). Las víctimas de Stalin fueron grupos mayoritarios como el campesinado (85% de la población). Y aunque la vigilancia que ejercía Hitler sobre la población fue intimidatoria y persistente no se excedió, como Stalin, para crear un clima de náusea y miedo. 

Amis ha hecho un libro para despertar la memoria: “Para la conciencia general, los muertos rusos siguen durmiendo. Millones. Se libro una guerra contra ellos y contra la naturaleza humana y la libró su propia gente.”

3 comentarios

Español -

Con el Tribunal constitucional está pasando en este siglo XXI lo mismo que pasó cuando la Confiscación de Rumasa:
El gobierno de la nación y sobre todo su presidente y vicepresidente coaccionaron al presidente del Tribunal constitucional a que votase a favor de lo que ellos llamaban expropiación pero que en realidad era una confiscación en toda regla.
Ahora con el estatuto de Cataluña está pasando una cosa parecida y si cabe aún peor porque su presidenta parece que está dirigida por el Gobierno de ZP.
Por lo tanto el Tribunal constucional está contaminado y no es completamente independiente que es lo que tendría que ser y todo esto pasa por meterse el poder legislativo y el Poder ejecutivo donde no le mandan y elegir el parlamento a los componentes de las instituciones judiciales.
Tomen nota todos los políticos y jueces españoles.

huesca-madrid -

El Partido Socialista ha ido demoliendo sin pausa las reglas escritas y tácitas de la transición.

Como cualquier entendimiento social -ya sea una sociedad anónima, un club gastronómico o un matrimonio-, un sistema político no funciona y sobrevive exclusivamente por sus normas escritas. El respeto a las reglas no escritas es fundamental. En la transición democrática, los entendimientos informales y el respeto al adversario jugaron un papel muy importante, permitieron evitar la ruptura y ayudaron a salir pacíficamente de la dictadura.
Pero hay que reconocer que ese espíritu de concordia duró poco. En realidad, empezó a esfumarse el mismo día de la gran victoria socialista de octubre de 1982. Llegado al poder, Felipe González rectificó su oportunista posición anti-OTAN e hizo algunos cambios de la legislación laboral que pedía el centro-derecha y que mejoraron el mercado de trabajo, pero, aprovechando su aplastante mayoría, llevó a cabo dos reformas cargadas de consecuencias: en 1985, modificó el procedimiento de elección de los vocales del Consejo del Poder Judicial, politizando la Justicia -lo que se reforzó con el cambio de las normas de acceso a la magistratura- y, además, eliminó el virtuoso recurso previo de inconstitucionalidad, pasando por encima de la oposición, a la que no se ofreció acuerdo ni transacción alguna.
Bastante después, las reglas no escritas de la transición fueron definitivamente laminadas con las campañas orquestadas por el PSOE de Rodríguez Zapatero utilizando el accidente del Prestige (2002), la guerra de Irak (2003-2004), el accidente del Yak-42 (2003), y, sobre todo, con el infame aprovechamiento del 11-M. Todas ellas, pero especialmente la del 11-M, fueron actuaciones inconcebibles por su agresividad y demagogia en cualquier otro país de la Unión Europea. Y algo parecido puede decirse de los contactos secretos del PSOE con ETA a la vez que firmaba con el PP el Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo.
Ya en el Gobierno, el rasgo más profundo de la política de Rodríguez Zapatero ha sido su desprecio, cuando no animadversión, hacia aquel espíritu de la transición, manifestado, primero, en la promoción y defensa de un Estatuto de Cataluña abiertamente anticonstitucional, cuyo cimiento fue el cordón sanitario pactado contra el PP a finales de 2003 (el llamado Pacto del Tinell); y, segundo, en la negociación con ETA. Ambas iniciativas se llevaron adelante a pesar de la oposición frontal del PP, representante de casi 10 millones de electores, y sin que en ningún momento se ofreciera desde el Gobierno a la oposición compromiso o acuerdo alguno.
Además, Rodríguez Zapatero ha dado una orientación peronista a su gobierno, algo que sugieren dos hechos sin paralelo ni precedentes en la Europa democrática: el papel de los sindicatos en la definición de la política económica y su utilización como fuerzas de choque frente a la oposición y los movimientos desafectos de la sociedad civil.
UGT y CCOO sobreviven y medran gracias a las subvenciones que reciben de los presupuestos públicos (incluyendo Estado y Comunidades Autónomas, pueden superar, quizá, los 300 millones de euros en 2009, eso sin incluir el patrimonio inmobiliario que, al parecer, siguen recibiendo, y los sueldos de los liberados sindicales). A cambio, ejercen de protectores del Gobierno del PSOE y se han constituido, a imagen y semejanza de los sindicatos peronistas argentinos, en piqueteros del nuevo justicialismo español de Rodríguez Zapatero.
Pero con ser esto grave, no es lo peor. Las prácticas antidemocráticas, que nos acercan a ciertas visiones políticas latinoamericanas, tienen ahora una manifestación transparente en la presión -tremenda, según todas las informaciones- sobre el Tribunal Constitucional. Lo que está ocurriendo puede caracterizarse, sin exageración alguna, como un golpe institucional: una actuación política que perturba, impide o corrompe el funcionamiento normal de las instituciones. Solo que este golpe no sería posible sin la diligente cooperación de la presidenta del órgano golpeado, María Emilia Casas.
De acuerdo con el procedimiento previsto en la propia ley del Tribunal Constitucional, que remite a la Ley Orgánica del Poder Judicial, tras el fracaso de la ponente, la señora Pérez Vera, con su primer proyecto de sentencia, lo normal y lo que prevé la norma habría sido nombrar otro ponente. En lugar de hacer esto, la presidenta -no parece aventurado suponer que con el visto bueno de Rodríguez Zapatero- ha permitido que la señora Pérez Vera haya presentado hasta tres nuevos proyectos de sentencia, todos ellos rechazados por la mayoría de los magistrados. Y no parece que la presidenta del Tribunal tenga la menor intención de poner fin a este bloqueo nombrando otro ponente, lo que supone, de facto, el colapso del Tribunal.
este es un verdadero golpe contra el funcionamiento normal de un órgano constitucional fundamental. La sustancia del caso no es muy diferente de lo que sería, por ejemplo, una negativa del presidente del Gobierno a convocar el Consejo de Ministros; o una negativa del Jefe del Estado a firmar una ley aprobada por el poder legislativo; o que, llegada en 2012 la fecha de disolución de las Cortes y de convocatoria de elecciones generales, el Gobierno se negase a tal disolución y convocatoria. En conclusión, estamos viviendo, a cámara lenta, una especie de golpe, dirigido y amparado por el Gobierno, contra el normal funcionamiento del sistema democrático y de sus instituciones. Algunos no lo quieren ver, pero así de duro es lo que está ocurriendo.

Lorenzo Gomez Bertomeu -

China vuelve a desafiar a Occidente: ¿dónde quedan los derechos humanos?

El gigante condena a un activista demócrata a pesar de las peticiones de las delegaciones diplomáticas de Estados Unidos y la UE; sorprende la extraordinaria permisividad internacional

China vuelve a provocar al mundo violando una vez más los derechos humanos más elementales. Estas Navidades el gigante asiático aprovechó el escaso eco que tiene la prensa en general en Occidente para condenar al activista prodemocracia Liu Xiaobo a once años de cárcel por reivindicar una transición demócrata en el país comunista.

Al juicio de Xiaobo no han podido asistir las delegaciones diplomáticas de Estados Unidos y la UE que habían pedido en reiteradas ocasiones la liberación inmediata del disidente político. Esta sentencia, la más dura que se ha aplicado a un activista de los derechos humanos en este país, supone un revés para Occidente que ve cómo se limita sistemáticamente la libertad de expresión de los chinos en un sistema regido por el unipartidismo comunista.

La presidencia sueca de la UE ha manifestado su “honda preocupación por la desproporcionada condena”. En este sentido, la canciller alemana, Ángela Merkel, ha lamentado “que el gobierno chino, a pesar de los importantes progresos en otros ámbitos siga limitando la libertad de prensa y opinión”.

Liu Xiaobo impulsó el manifiesto Carta 08 en el que se pide unas elecciones por sufragio universal que acaben con el sistema de partido único. Liu ha sido juzgado por ello bajo la acusación de “incitar a la subversión del poder del Estado”. El manifiesto estuvo firmado en su momento por 300 activistas que ahora pueden correr la misma suerte.

La profesora jubilada Ding Silin ha indicado que “con esta sentencia, el Partido Comunista anuncia al mundo y al pueblo que utilizará todo su poder para garantizar su régimen unipartidista, en lugar de aplicar reformas”.

La excesiva permisividad internacional

La excesiva permisividad con la que el escaparate internacional tolera la continua pulsión totalitaria del Partido Comunista chino no parece que vaya a cambiar. Esta permisividad se inicia por la propia ONU debido a los grandes intereses comerciales que representa para Occidente. Por otro lado, el caso de Honduras contrasta con China por el trato internacional que recibió el país hispanoamericano al forzar la salida del presidente depuesto Manuel Zelaya por intentar reformar la Constitución hondureña para perpetuarse en el poder. Esta actitud ambigua con China representa tres riesgos fundamentales:

El hecho de que China represente una gran potencia a pesar de su deriva totalitarista entra en conflicto con el mundo de los valores actual. El país asiático ha desarrollado como sistema conculcar los derechos humanos y la libertad.
Esta manera de actuar esconde una pedagogía peligrosa que rompe el fin de la historia que analizó Fukuyama que afirmó que solamente las democracias libres podían liderar la economía liberal. China es una dictadura y supone una tentación el hecho de que de esa forma se llegue a la cima de la economía mundial. Además, el país que lidera las exportaciones mundiales es también uno de los que menos derechos laborales ofrece a sus trabajadores. Este contexto podría llevar a relativizar los derechos humanos, las libertades y la democracia, y desembocar en políticas pragmáticas que basan sus actuaciones en los resultados que más le conviene al Estado.
Pone en riesgo equilibrios regionales como demuestra el hecho de que China tradicionalmente no reconoce en la naturaleza límites. Lo ha demostrado creando presas, alterando la geología de regiones y cambiando cursos de ríos sin tener en cuenta pueblos o ciudades, sensibilidades regionales o culturales. De hecho, la última polémica protagonizada por China y la India se debe a la intención de China de cambiar el curso del río Brahmaputra que desemboca en el país hindú. Esto provocará problemas de recepción en el caudal del río en la India que ya posee una orografía marcada por grandes ríos y un ecosistema muy compensado en sí mismo y de difícil administración. China no comparte información sobre lo que sucede dentro de sus fronteras.

El silencio internacional

Ante todo esto, la comunidad internacional guarda silencio obligados por los intereses comerciales que le unen a China. Un país caracterizado por fabricar cosas de todo tipo y problemas también de todo tipo.

Ese ímpetu expansivo de China por encima de los derechos individuales queda patente en un último ejemplo: su moneda subvalorada. El gobierno comunista chino subvalora sistemáticamente el yuan para conseguir un contexto que facilita enormemente la exportación y limita la importación que resulta muy cara. Una moneda subvalorada a quien castiga es al pueblo que no participa del núcleo central del negocio.