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Aborto

Por 410 euros se acabó el

Por 410 euros se acabó el
Arancha abortó en enero de 2007, cuando estaba de nueve semanas, después de unas navidades atormentada por las dudas. Pero su novio y ella no tenían casa, aún estaba estudiando y, al final, se puso "una venda en los ojos". Desde entonces sus noches son una tortura.


1.- La prueba de embarazo. Fui incapaz de hacerme la prueba de embarazo yo sola, y mucho menos capaz de hacérmela con mi novio. Casi era ya Navidad y llamé por teléfono a mi amiga Arancha (nos llamamos igual) para saber si podíamos quedar. Fui a buscarla al centro comercial en el que trabaja, compré una prueba y nos fuimos a su casa. A la salida nos dieron un globo enorme y precioso de color lila con un corazón dibujado que ponía "vive el momento".

Después de hacerme la prueba, salí del baño y me puse a llorar. Había dado positivo. Mi amiga trató de hacerme "poner los pies en la tierra" y me recordó que Javi y yo no teníamos ni tenemos casa, que en ese momento yo estaba estudiando y que un bebé es mucho gasto. Yo estaba convencida de que quería a mi pequeño bebé a pesar de mis miedos.

Javi vino a recogerme para llevarme a mi casa con una caja enorme de bombones Ferrero Rocher; supongo que quería animarme, pero la verdad es que no lo consiguió.

2.- Orgullosa del bebé. Esa noche miré mil veces la prueba de embarazo que tenía en mi bolso y me dirigí a mi bebé por primera vez. Puse la mano sobre mi vientre, le dije: "Yo quiero que te quedes conmigo, pero vas a tener que echarme una mano y ayudarme a encontrar un trabajo". Fui a muchas entrevistas, pero al estar de lleno en las navidades todos los sitios en los que entregaba currículos me instaban a esperar a que pasaran las fiestas.

El 24 de diciembre, al ver a mi novio vestido y arreglado para la cena de Navidad, supe por qué estaba embarazada y me sentí muy orgullosa de lo que crecía dentro de mí.

En Nochevieja no probé la cena. Mi estado de nervios me hacía cambiar de opinión: hoy decido tenerlo, mañana me doy cuenta de que es una locura, pero pasado sé que quiero verlo crecer.

Me di otra oportunidad. Fui a una entrevista de trabajo el día 9 de enero, pero al final… nada. Los días se me echaban encima, el agobio me quitaba el sueño y me di cuenta de que no tenía más opción que abortar a mi pequeña alegría.

3.- Mensaje de auxilio. Me citaron el día 16 de enero en CB Medical. Primero me realizaron la ecografía, la pantalla del ecógrafo estaba girada y nunca llegué a ver a mi bebé. La sentencia fue "embarazo de nueve semanas" .

Al ponerme en pie sentí algo entre un mareo y náuseas, tuve que quitarme la chaqueta y recostarme en una silla. Todo esto sólo sirvió para hacerme tomar súbita conciencia de dónde estaba y qué iba a hacer, y asumir que no era un juego ni algo reversible. Lo tomé como un mensaje de auxilio de mi pequeño bichito, como si intentase decirme ‘lucho por vivir’. Pero yo, con el corazón endurecido y una venda en los ojos que nadie me había puesto, ignoré sus gritos.

Me pasaron a la consulta del psicólogo y tuve que recubrirme a mí misma de una entereza que no creí tener. Me dije a mí misma: "Arancha, no llores, porque si empiezas no paras y no puedes permitirte venirte abajo ahora, no aquí no, no así no".


4.- Se acabó. Tras firmar unos formularios, me administraron una pastilla para dilatar el cuello del útero y la tragué con un poco de agua, después me dieron otra que me coloqué bajo la lengua, y me dijeron que la dejase disolverse.

Pasé a la consulta de la asistente social, donde firmé el último papel y aboné los 410 euros que supondrían el fin de mis problemas.

Pasé a la habitación privada, donde me entregaron una bata azul, una cofia y unos cobertores verdes para los pies. Vino a buscarme un celador, que me guió hasta el quirófano, me tendieron en el borde de una camilla y coloqué las piernas en un soporte. Me ataron brazos y piernas con unos velcros, y el anestesista empezó a darme conversación. Me pinchó dos veces, supongo que una lo haría mal, y me dijo "puedes notar un mareo". De repente vi todo oscuro, se me empezaron a cerrar los ojos y sólo pensé una cosa: "Perdóname, te quiero".

Al despertarme en la sala de recuperación y oír la aspiradora que emplean me sentí fatal: supongo que estaban aspirando a otra chica en ese momento.

En cuestión de 15 minutos me encontraba vistiéndome y con el alta en la mano. Salí de aquel lugar, convencida de que todo estaba bien, sin saber que la parte más dura empezaba tras poner el pie en la calle.


5.- Mis noches son torturas. Ahora mis noches son torturas en las que no puedo dejar de preguntarme si mi bebé habrá sufrido. Sé que mi bebé me pidió auxilio, sé que me elevó un grito silencioso y sé que me negué a escucharle. Sé que no quiero olvidar y sé que aún no es mi momento para expulsar tanta culpa de mi interior.

Por alguna razón creo que mi hijo era varón. No tengo forma de demostrarlo, pero para mí es mi ángel.

Sé que al abortar he negado a mi hijo la posibilidad de reír, de ser feliz, de sentir dolor en sus rodillas tras un resbalón, de enamorarse, de sentir cosas buenas y malas. Sé que le he negado muchas cosas, pero también me he negado a mí el ser feliz, el poner la mano sobre mi vientre y decir: buenas noches, hijo mío.